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Cocinero en Serie. Capítulo Ii (2ª Entrega)



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Jordi Gimeno

ilustración: Diego Mateos

Como todo era una cuestión de símbolos pensó que ya habría tiempo de cargarse a adultos, las mujeres y los niños primero, fue la frase que le vino a la cabeza. El cambio de aula le sorprendió y no se vio capaz de elegir a nadie, el griterío y los chillidos le produjeron tal dolor de cabeza que tuvo que refugiarse en el parque de enfrente. Desde el soleado banco donde estaba sentado decidió darle una vuelta de tuerca mortal al destino de un desconocido.

En el aparcamiento de motos empezó a escoger el vehículo que llevaría hasta la muerte a su propietario o propietaria, había más de cien y ninguna igual, pero de entre todas se enamoró de un ciclomotor negro cuyo manillar le recordó a su Guzzi, no era ni viejo ni nuevo y estaba lleno de pegatinas de discoteca, la matrícula era de la ciudad y eso facilitaría el seguimiento, cerró los ojos, memorizó el lugar y la placa y se fue a alquilar una 50 cc., una moto muy indicada para alguien que hacía mucho tiempo que había perdido la ilusión de ir sobre dos ruedas.

Ya motorizado, volvió a eso del mediodía, dos largas horas estuvo esperando con la misma impaciencia de un padre el primer día de escuela de su hijo, de hecho se sentía como un progenitor con una diferencia, no podía dar la vida, solo quitarla. Suerte que había vuelto a fumar, si no cualquiera hubiese recordado a aquel viejo que no paraba de mirar y moverse por la entrada de la escuela, en cambio con el cigarrillo en la mano su cuerpo aparecía relajado y tranquilo al exterior mientras su cabeza hervía de opciones, maneras y armas.

Una peligrosa oleada juvenil salpicó las largas escaleras de la salida, asustado Pere dio dos pasos atrás sin perder de vista la moto escogida; cinco minutos tardó en aparecer el deseado dueño y poner las llaves en el contacto de la moto. Parecía un chico de lo más normal, no era ni un pijo ni un cabeza rapada, un chico sin tribu, tan normal como los tejanos y tan común como el jersei tricolor que se puso para combatir el viento en el ciclomotor.
Pere le siguió y enseguida lamentó no haber cogido unos guantes, los dos motoristas se alejaron de la zona elegante y ajardinada de la ciudad para entrar en una de esas rondas que circundaban la gran urbe. El joven corría como un maldito y si no llega a ser por el denso tráfico, Pere lo hubiese perdido en cinco minutos. En la salida nueve giró a mano izquierda y aceleró de verdad, el chico se encontraba en su barrio y se conocía hasta los agujeros de la calzada, aunque no había muchos pues estaban en una zona más cara que la de los Peral. Los desniveles delataban que antes ahí había habido una montaña, las casas se encargaban de anunciar que ahí vivía una clase mediana-alta emergente.

Cuando la avanzada edad de Pere empezaba a exigir un descanso, el muchacho se detuvo delante de un edificio de tres pisos con la fachada recién pintada de un color tan moderno que Pere lo encontró ridículo; de un salto el joven entró en la casa, lentamente Pere bajó de la moto y esperó verlo aparecer por alguna ventana, un solo minuto tardó en hacerse visible en la que debía ser su habitación, las malditas cortinas le impidieron saber más.



Marc odiaba los lunes, era evidente que cada vez se daba más caña pero antes se recuperaba más rápido. La Lola vino a avisarle de que tenía la comida lista, otra vez comería solo. Alguna vez había intentado que Lola se sentara y hacerlo juntos pero a la pobre no le entraba en la cabeza esa idea, a su manera, era demasiado profesional. Sus padres se dedicaban al sector inmobiliario y las cosas les iban cada vez mejor, se podía decir que cada vez eran más grandes, tanto que apenas veían a su hijo. A Marc no le iba mal ese descontrol, solo tenía que decir que iba a casa de un amigo a estudiar y la fiesta podía empezar.

Tan mal que le sentó la primera pastilla y ahora las adoraba. Tenía quince años cuando la primera vez, se pasó la tarde vomitando y del resto ni se acordaba, según sus amigos durmió en un aparcamiento hasta que vinieron a buscarle. En su casa fue todo un drama que achacaron a la bebida, Marc continuó probándolo todo pero a partir de ese momento tuvo la precaución de no presentarse en casa en según que estado, así sus padres nunca adivinarían sus problemas hasta que fueran del tamaño de un camello. No era un adicto pero le gustaban las sensaciones fuertes y la energía que las drogas le daban, además solo las tocaba el fin de semana, a excepción de los canutos, claro.



Continuará...



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