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Cocinero en Serie. Capítulo I (6ª Entrega)



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Jordi Gimeno

Pere ya tiene la primera pieza de una macabra colección que no ha hecho más que empezar. Con las llaves robadas entró en el piso, dejó inconsciente al marido y mató a Rita a golpes, salió todo tan redondo que incluso consiguió cargar el muerto al taxista. Pere se sintió fuerte y poderoso por primera vez en su vida, una vida que al final de cada capítulo se nos sirve como una tapa.

ilustración: Diego Mateos

La posguerra que vió nacer a Pere era un mal momento para un niño, si encima el niño en cuestión era reservado y solitario, peor todavía. En la escuela los "hermanos" siempre le decían que le faltaba sangre y carácter, quizás tenían razón y quizás por eso le elegían siempre el último cuando se formaban los equipos de futbol. Aunque sin querer atrasaba las clases cuando se le preguntaba, a veces sabía la respuesta pero el nudo que se le hacía en la garganta le impedía contestar. En casa malvivían cómo podían, a su padre le costaba conservar cualquier trabajo y cada vez pasaba más tiempo entre uno y otro, afortunadamente su madre tenía un par de casas que limpiar y de eso comían.

Hasta los doce años admiró a su padre como cualquier chaval de su edad, pero hubo un día que se levantó y empezó a ver que todo lo que le pasaba a su progenitor no era culpa de los demás como el tipo siempre afirmaba, de pronto vio a un cobarde que se escondía de la vida y no entendía como su madre le quería con una devoción ciega y sin límites pero era ese amor la que le hacía estar siempre contenta y siempre dispuesta a escuchar las pequeñas confidencias de Pere y su hermana pequeña.

Una madre fuerte y alta, con unos ojos negros llenos de vida y a pesar de que iba siempre vestida con retales, Pere sabía que su madre era la más guapa de toda su escuela, ya podían meterse los demás niños con él, llamarle enano o cosas peores, él tenía una amiga con forma de madre y los otros no, además hacía unos canelones buenísimos.

En su casa no llegaba para comprar todos los ingredientes, pero el primer domingo de cada mes la mujer del general a quien limpiaba la casa, le mandaba hacer una bandeja bien llena. La bruja tiraba corto para evitar que su madre robase algo de comida, aunque ella añadía algo de miga de pan mojada con leche y con lo que sobraba, que era poco, hacía tres canelones rellenos de amor para sus dos hijitos y aquél marido que no acababa de levantar cabeza.



Pere solo recordaba a un buen amigo de esa época, Esteve era su compañero de fatigas y de carcajadas de los demás, una amistad que buscaba dónde cobijarse de una época gris dentro de gris.

Con Silvia, su hermana pequeña, no se llevaba demasiado bien, ella era más comunicativa y alegre, siempre metida en juegos, amigas y secretos, muchas veces el pequeño Pere sentía la tentación de pegarla pero para no dar un disgusto a su madre se retuvo siempre. La madre les decía a menudo que cuando ellos faltasen sólo se tendrían el uno al otro, que al resto del mundo les importaría muy poco si seguían respirando o dejaban de hacerlo, que debían tratarse mejor y quererse más, siempre acababa bromeando sobre la posibilidad de que ella muriese en ese mismo instante y ellos dejasen de hablarse automáticamente. No fue de esa manera pero el Pere jubilado hacía más de cinco años que no la veía.

Silvia se casó con un adinerado empresario de la industria del cuero y un hermano friegaplatos la incomodaba cada vez más, sobre todo si la trataba a patadas.

Continuará....


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