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Cocinero en Serie. Capítulo I (5ª Entrega)


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Jordi Gimeno

El viejo friegaplatos en paro forzoso ya ha descubierto los maltratos que recibe el ama de casa, la primera pieza de su colección de cocineros. Durante unos días juega al gato y al ratón con ella y su marido taxista, hasta que en el mercado consigue robar el monedero con las llaves de Rita, rápidamente hace unas copias y devuelve el monedero sin dinero al buzón, como si de un vulgar ladrón se tratase.



La noche del jueves José empezó su sádico espectáculo lanzando al suelo el meloso redondo de ternera que Rita acababa de sacar del horno, toda la bresa con la cual hacía una deliciosa salsa agonizaba en el gres, trozos de zanahoria, cebolla, tomate y ajo que nunca llegarían a la olla; no suficientemente contento con lanzar la bandeja, empujó a Rita con tanta fuerza que también terminó por los suelos, manchada de bresa e insultos.

Rita no podía más y optó por quedarse inmóvil, en una esquina, con la cabeza escondida entre los hombros y deseando morir, se la veía tan indefensa que la bestia dejó de divertirse al cabo de unos golpes, se giró como si nada hubiese pasado y se fue a ver que daban en la televisión. Los dos oyeron el ruido de la puerta y los dos pensaron que era el otro que se iba y por eso no se inmutaron.

El intruso pensó, al oír ruido televisivo, que era el momento de entrar sigilosamente, como un gato, que la idea de esperar hasta la madrugada y hacer una carnicería mientras dormían era demasiado fácil. Al fin y al cabo era un perfeccionista, el mejor friegaplatos del país, con más de cuarenta años de experiencia, no podía hacer ahora una chapuza, él quería coleccionar cocineros y para nada le interesaba un taxista muerto.

Recorrió lentamente el pasillo mientas se ponía los guantes de cocina que evitarían huellas, en la segunda puerta a la derecha escuchó el llanto hondo y seco de Rita pero siguió caminando de puntillas hasta el comedor, demasiado clásico y pasado de moda hasta para Pere y sus sesenta años. A lo mejor fue la suerte del principiante pero si el sofá hubiese estado orientado al revés, el taxista hubiera visto venir al intruso y sin duda lo hubiera destrozado, en cambio lo único que vio Pere al entrar fue una coronilla que miraba distraídamente un programa concurso, la espalda de un hombre que se sentía más hombre pegando a su mujer.



Pere buscó con la mirada un objeto contundente para dejarlo inconsciente, en el mueble que había a su derecha vio una horrible figura de estilo africano, la pequeña estatua debía medir unos treinta centímetros y pesar más de dos kilos, la sopesó con la mano y la encontró apropiada pero muy fea. No le quería matar, le odiaba demasiado, su castigo sería mucho más retorcido aunque desconocía con que fuerza debía golpearle la cabeza para dejarlo fuera de combate un buen rato. Se decidió por un golpe fuerte, seco y duro y aquel tipo ni debió enterarse porque siguió en la misma posición, embobado delante del televisor pero con la cabeza colgando para un lado, como si hiciese una siesta pero con la misma respiración que la de un cerdo al que llevaban al matadero.

Pere se sintió muy poderoso, era la primera vez que pegaba a alguien y ese golpe iba por todos y por todo, la pieza seguía intacta en sus manos y decidió que era el momento de ir a la cocina. Rita seguía en el rincón, con la cabeza escondida entre las piernas, rodeada de los restos de un naufragio culinario, Pere y su extraño poder acabado de estrenar liberarían a esa mujer de su marido y de su sufrir.

ilustraciones: Diego Mateos

Le dio el primer golpe pero ella ni se inmutó, al contrario, sus músculos se relajaron como si supiesen que era la última vez y siguió en posición fetal mientras pensaba que era su marido quién la reventaba con golpes cada vez más rápidos y certeros, pero a Rita hacía ya rato que no le dolían.

Pere oyó algo parecido a un último aliento de aire antes de morir y como no era un salvaje, paró de golpearla, estuvo un rato mirándola y preguntándose porque había tan poca sangre, quizás se debía a su buena mano. Rita parecía durmiendo un sueño plácido y largo tiempo esperado y él siguió sintiéndose poderoso, muy poderoso pero algo triste, supuso que era normal al tratarse de la primera vez.
Dejó la horrible estatua negra al lado del inconsciente marido, cruzó el pasillo y salió por la puerta, bajó silenciosamente por la escalera y a cada paso se sentía más grande.

Cuando llegó a la pensión, quemó los guantes y se fue a la cama pero no pudo dormir, en parte por el olor a goma chamuscada y en parte por pensar ya en la siguiente víctima.

Continuará...


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