Hubo un chocolate que estaba emperrado en conservarse como tableta, de modo que huía de la nevera cada vez que oía llegar a alguien. Procuraba siempre escapar y no dejaba que nadie lo cogiera por si acaso. Hasta que un buen día tropezó al salir de un cajón donde andaba metido junto a unos tranchetes, cayó delante del chico que le había comprado y éste, al verlo, no dudó en fundirlo. Lo metió en el café caliente y allí lo deshizo, para disfrutar de una merienda.
¿Qué enseñanza se puede extraer de esta sencilla historia? No se puede huir de la vida. Si eres chocolate puede ser que te fundan o que te preparen bien caliente. Igualmente si eres una loncha de mortadela puedes acabar en un sándwich y si eres un fideo puedes terminar en la sopa. Y si eres un espaguetti es muy probable que te cocinen con agua hirviendo y te sirvan con queso rallado. Si eres carne, acabas en un plato con salsa y si eres un tomate te pueden rallar tranquilamente para untarte en pan con aceite, un poco de ajo y sal. Sobre todo si eres un tomate de Cataluña. Si eres de Andalucía puede que te junten con pimientos y hagan un rico gazpacho contigo. No pretendas ser un croissant y que nadie te meta en un tazón con café con leche.
Las cosas sirven para algo, cambian y se transforman. A veces en función de la suerte o de las circunstancias que rodean. Las personas, por su lado, aprenden y se actualizan, y, por ejemplo, hacen cada mejor las recetas de cocina y dominan cada vez más el uso del horno y la manipulación de los utensilios (como cucharas de palo, tenedores o cuchillos). La naturaleza es sabia y no se puede ir en contra de ella, ya que en muchas cosas funciona sola. Porque las lechugas crecen sin decirle nada a nadie, por ejemplo.
Como decía Tao te ching:
Hay una cosa confusamente formada
anterior al Cielo y a la Tierra.
¡Silenciosa, ilimitada!
De nada depende y no sufre mudanza,
gira y retorna sin descanso;
puede ser tenida por madre del mundo.
Su nombre desconozco,
la denominan Tao.
Forzado a darle un nombre, llamárala yo «grande».