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Un Perro Madrileño, Castizo Y Gourmet



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

En el Madrid de la Restauración, el de las hambres caninas, hubo un perro que llegó a alcanzar la categoría de gourmet. Que sepamos, el único de la historia, y lo hizo, sobre todo, en el café mítico madrileño, Fornos, inaugurado el 21 de julio de 1870, más o menos dos años después de que la reina Isabel II fuera destituida y forzada al exilio tras el triunfo de la revolución de 1868 llamada “La Gloriosa”, y bajo la regencia y propiedad de José María de Fornos, hasta aquel momento ayuda de cámara del Marqués de Salamanca. En 1869 las Cortes promulgaron una monarquía constitucional nombrando rey de España a Amadeo I de Saboya y Duque de Aosta. El reinado duró poco y se desarrolló en circunstancias extremadamente convulsas. De ello dejaría constancia en su carta se renuncia leída el 11 de febrero de 1973: Dos largos años ha que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.

 


Pero volviendo al Perro Paco, natural del Colmenar de Oreja y llegado a la Corte de la mano del diestro Salvador Sánchez “Frascuelo”, la historia empieza en la noche del 4 de octubre de 1879, cuando un grupo de amigos, comandado por don Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, se dirigía al Café de Fornos, sito en la calle de Alcalá esquina a la calle Peligros, a un centenar de metros de la Puerta del Sol. Un perrillo callejero se acercó al noble y empezó a frotarse contra sus piernas. Aquel atrevimiento le hizo gracia, así que, Bogaraya y sus compañeros de francachela convinieron en invitar a cenar al chucho. Entraron en uno de los reservados de Fornos, pidieron una silla para su nuevo amigo, le ordenaron el bistec que había dado fama al local consistente en un buen solomillo tostado en plancha con mantequilla o salsa Maître d’Hotel, sobre una tosta o picatoste de pan frito y sobre esta una loncha de jamón serrano frito y unas finas láminas de lengua escarlata. Todo ello acompañado de patatas souffles. El perro lo engulló haciendo gala de los mejores modales a la mesa. Terminada la cena, el marqués pidió champagne francés que vertió en una copa, y con ella dejó caer unas gotas sobre la testuz del animal y dijo solemne: “Yo te bautizo como Paco”. La humorada se convirtió en afición para el señoritismo noctámbulo madrileño y todos se disputaban el honor de invitar al perro a Fornos, a Lhardy o a Casa Labra. Además, Paco empezó a ser admitido en la gran mayoría de los espectáculos públicos. Cada tarde se pasaba por el Teatro Apolo, donde amablemente le invitaban a entrar, y en los días de espectáculo taurino iba diligente a la plaza.

 

El 21 de junio de 1882 Paco presenciaba una corrida en la que participaban tres aficionados: José Rodríguez, propietario de una popular taberna en la calle de Hortaleza, Ernesto Jiménez, y Enrique Gaire; actuando como director de lidia el toreo Santos López “Pulguita”. Cuando toreaba el primero de ellos, Paco saltó de improviso a la arena, empezando a ladrar y a corretear entre las piernas del diestro/siniestro, quien, asustado y nervioso, le lanzó una estocada que le hirió de gravedad. Sólo la decidida y rápida intervención de la fuerza pública consiguió salvar la vida de José Rodríguez. Paco murió a los pocos días y Alfonso XII, en nombre de toda la familia real, le hizo llegar al marqués de Bogaraya su más sentido pésame por tan sensible pérdida. El perro fue disecado y expuesto en una tasca taurina regentada por Juan Chillado y situada en la calle de Alcalá esquina a la Fuente del Berro, pero la taberna cerró en 1889 y el dueño se llevó el cuerpo momificado al Parque del Retiro. En 1920 un grupo de taurófilos decidió levantarle a Paco un monumento, se inició una suscripción popular y en poco tiempo se consiguió reunir la cantidad de 2.900 pesetas. Como aquello era entonces mucho dinero, el recaudador sucumbió a la tentación y escapó con las perras del perro. 



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