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Verano con Sabor de Recuerdos



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Para pasar las vacaciones de este verano podría haber elegido un destino idílico entre las tantas ofertas que tenemos, o bien pasar unos días en un crucero, en un agroturismo, en un hotel con vistas al mar... Pero no, pensé que la mayor paz iba a encontrarla volviendo al pueblo de mis "veranos azules"

¡Qué diferentes eran aquellas vacaciones!, al terminar el colegio en junio venían tres meses de tiempo libre por delante...

Hay que ver..., ¡había tiempo libre para casi todo!, pero debía estar bien repartido y programado.

Un mes, aproximadamente, tenía que pasarlo con la familia materna y luego terminaría en el pueblo de la paterna. ¡Ahí es donde llegaba la revolución! y ahí es donde he querido volver, entre otras cosas, a pasar calor (todo hay que decirlo).

Un pueblo de interior de no más de 800 habitantes, donde el sol de agosto castiga y recluta a todos los vecinos en calurosas y largas siestas. Sin embargo, para los pequeños (de hace un tiempo) sólo cruzar la puerta de casa nos bastaba para sentirnos libres y salir corriendo a jugar (a pie o en bici) por calles empedradas, sin aceras, ni carriles, ni semáforos. Una gozada

Y en estos escenarios andaba yo hace un momento, transportada en el tiempo, cuando me ha sorprendido la cantidad de motivos gastronómicos que envolvían mis veranos en el pueblo, la mayoría de los cuales no he vuelto a saborear de la misma manera..., y es lo que espero recuperar estas vacaciones:



A primera hora de la mañana de un día cualquier me despertarán la cortadora de la carnicería de al lado y las voces de las vecinas. No mucho más tarde saldré a la calle con el primer objetivo: comprar el pan. La travesía del horno, de apenas 30 metros, está igual que siempre (o eso pienso, no sé..., igual es lo que quiero pensar, prefiero no mirar hacia dentro por si lo han reformado y ya no están aquellos viejillos, arrugados por la edad y blancos por el color de la harina. Al menos en mi memoria deben seguir).

Y, ya que estoy cerca, llegaré hasta la plaza para comprar el periódico.

Volveré hacia casa. Entre tanto me encontraré con alguien que sube de las huertas del regadío con frutos recién cogidos, o probablemente se los habrá regalado un pariente. Pero aquí eso no importa, pues con los frutos del campo también se presume, (es más, hay vecinos que si tienen "excedentes" los ponen en una cesta al lado de su puerta para venderlos por un módico precio). Bueno, -sigamos- y el paisano en cuestión me dará unos ejemplares para que lleve a la familia, quizá unos rojos y carnosos tomates de pera, o melocotones de pulpa muy naranja y perfumados, o jugosas peras.

Al llegar a la cocina imaginaré a mi abuela preparando una tartera con la comida: quizá unas patatas con chorizo, unas migas o una ensaladilla. Cualquiera que sea el olor será tapado por el óleo y el aguarrás del artista que pinta en el piso alto de la casa... Subiré y curiosearé, quizá pinte algo yo también...

Pero hace calor..., al final decidiré ir a la piscina.

Al volver, en alguna calle olerá a chuletas y a sarmientos quemados. Mmmm... eso va alimentando las ganas de comer y al llegar: ¿qué hay sobre la mesa? Entre todo destaca el protagonista: un porrón con vino "clarete" de la cooperativa del pueblo.

¿Y luego? ¿Siesta? No, eso me aburre, y querré volver a salir a la calle, pero esta vez en busca de mis primas o algunas amigas, y con las bicis nos iremos a dar vueltas. Por alguna razón nos gustan las afueras del pueblo, haremos carreras y llegaremos hasta el regadío, y ya de paso, si seguimos un poco más, llegaremos a la ribera del Ebro. ¿Para qué? Para decir que hemos aguantado hasta el final del camino y tirar algunas piedras al río. Y fíjate ¡cómo están esas zarzas! Iremos recogiendo y comiendo moras a la vez. Conseguiremos que algunas lleguen sanas a casa (aunque no sucederá lo mismo con la ropa ni las zapatillas, ¡a ver quién limpia eso!) y esas moras serán nuestro pequeño trofeo para el postre, porque los pequeños también ofrecemos lo nuestro.

Pasada la tarde me reclamarán en casa para sentarme a cenar. Yo acudiré pero pondré la condición de hacerlo rápido, por la noche he quedado con la cuadrilla para ir al parque o montar la jarana por la calle o banco que se tercie.

El menú de la cena no lleva mucha preparación, más bien, al gusto de cada uno: ensaladas (lo más probable es que sea de pepino, únicamente aliñado con un poco de aceite, bastante vinagre y sal); platillos para picar (olivas, queso, chorizo y sardinillas en lata, seguramente) y alguna que otra tortilla de patatas fría acompañada de pimientos entreverados asados o verdes y fritos.

Por cierto, no he vuelto a probar ninguno de estos pequeños manjares con el sabor que tenían en el pueblo. Creo que tendré que probarlos de nuevo...




 

 



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