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Prometedores Tintos Del 96



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Prometedores tintos del 96 en el Duero.
Profesionales de la hostelería, sumilleres, enólogos y avezados catadores se reunieron el pasado 4 de enero en Valladolid para catar dieciseis crianzas de 1996 de algunas de las más representativas bodegas de la Ribera del Duero y zonas limítrofes.
Sin otro afán que degustar en conjunto los primeros exponentes de la que se antoja como una de las mejores añadas de la década, los catadores buscaron no tanto realizar un examen riguroso marca por marca, sino dilucidar el tono de la cosecha, las distintas tendencias y los vinos destacados. Con esta finalidad, la degustación se realizó a ciegas, con las botellas completamente tapadas, y sin conocimiento previo de los vinos seleccionados.
En líneas generales, y en estos aspectos los vinos no defraudaron, se vieron colores muy cubiertos, con tonalidades púrpura, fruta bastante madura que no se dejaba eclipsar por el roble y taninos bien ligados. Las diferencias llegaron con la estructura, el estilo y el potencial de guarda. Hubo antagonismos entre vinos hechos y vinos sin ensamblar, y vinos corpulentos frente a otros más livianos. La personalidad de las bodegas se manifestó con claridad según el grado de concentración y armonía, el uso de roble americano o francés y la mayor o menor influencia de varietales foráneos como complemento del Tinto Fino.
Entre los tintos más destacados se eligieron los crianzas de Valtravieso, cautivó por su elegancia, ampulosidad y persistencia; Arzuaga, con magnífica expresión frutal, estructura y perfecto equilibrio entre alcohol y acidez; Dehesa de los Canónigos, más abierto de color que los anteriores pero con aromas complejos (tres catadores hablaron de recuerdos herbáceos propios del Cabernet Sauvignon) y textura aterciopelada; Teófilo Reyes, nariz especiada y taninos firmes; y Pesquera, cubierto y robusto, mantenía el estilo de la casa y ciertas semejanzas con el vino de Teófilo, su antiguo enólogo.
Los "periféricos" de Tudela y Sardón de Duero: Mauro y Abadía de Retuerta respectivamente también se situaron en este primer grupo. El primero destacó por su amplitud y equilibrio, mientras que el segundo sobresalió con una original nariz balsámica y especiada y un paso de boca sedoso. Este último vino dividió a algunos catadores; unos se entusiasmaron con su estilo, otros prefirieron sabores más "ribereños".
Muy cerca de los vinos anteriores se situaron los 96 de Pago de Carraovejas, Valsotillo y Finca Villacreces. El tinto de la bodega de Peñafiel mostraba potencia, armonía y mayor entidad que su anterior crianza del 95. El 96 de los hermanos Arroyo convenció, sobre todo, por su carnosidad y vivos taninos. Villacreces se distinguió por su imponente color, excelente cuerpo e interesante astringencia.
Por último, otros que recibieron elogios y tuvieron buena aceptación fueron: Viña Sastre, tostado y goloso de aromas, se hizo amable y fácil de beber; Condado de Haza, lácteo y suave; Matarromera, afrutado y maduro; y Viña Pedrosa, muy personal en nariz. De los tres primeros vinos se indicó su buen afinamiento y adecuada puesta a punto actual.
El grueso de los vinos respondió a las expectativas generadas por el año, de tal manera que se coincidió en otorgarles una nota media de notable. No obstante, se apreció mucha juventud aún y se señaló la necesidad de esperar unos meses, para comprobar el definitivo asentamiento de las cualidades percibidas y el auténtico nivel de una añada que, de momento, parece dará mucho juego.



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