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Muertos de Hambre Y ...


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Sandra
¡Quiero chup chup de la cazuela!



Hay muchas formas de llegar a la muerte. La más esencial es la natural, que es inevitable. El transcurso de los años nos lleva a todos hasta ella. Pero no es la única. Hay personas que tienen tendencias suicidas que les pueden llevar a una muerte prematura, digamos (teniendo en cuenta la esperanza de vida normativa). Hay también, muertes accidentales que pueden ser gloriosas o ridículas. Por ejemplo, uno puede morir atropellado intentando atarse el cordón de un zapato en medio de una calle por donde nunca jamás suele transitar un coche, a mediodía, cuando debería estar en el trabajo. También puede morir de una enfermedad en un escenario rodeado de admiradores que aplauden a punto para el telonazo final y hacerlo, a pesar de todo, con los brazos abiertos, mientras continúan los aplausos del inconsciente personal.

También se puede morir de pena. En realidad, aunque uno no ha muerto literalmente, siente que en su interior ha muerto algo. Eso les sucedió a una madre y una hija que fueron encontradas en su piso por la policía después de varios meses de estar encerradas en él: habían decidido dejarse morir por la pena que sentían y no comer nada. Estaban arrinconadas en una esquina, muy delgadas ambas. Finalmente murieron.

Preferiría morir de amor. Entonces lo que muere es la normalidad. Una se vuelve loca y emocional, apasionada y celosa, decidida e ingeniosa, un montón de cosas que no se eran hasta la fecha. De repente sólo se tienen ojos para él y para él, y parece que están en todas partes: que si subido en una moto que no es la suya, que si llamando desde una cabina donde él no está, que si montando a caballo de la Guardia Civil, en el que nunca él ha estado. Como una pierde literalmente la cabeza por él, llega al punto de distorsionar la realidad a consecuencia de él y lo que le ha hecho sentir (Verdaderamente, tanto verle en todas partes, ¿es normal o no?). Se muere de amor y por tanto se decide aprender a cocinar para él, cosa que nunca ha hecho antes. En ese punto puede pasar que al cocinar una porquería se mate el amor de golpe con una salmonela. Es otra forma de morir: intoxicado por el mal estado de un pescado podrido o de una carne.

Mira, los árabes desconfían de la carne de cerdo al asociar la muerte de muchos congéneres con el consumo de un filete de ese animal que tanto comemos todos y del que tantas cosas se aprovechan (orejas, lengua, lomo, pies, costillas?) También deben morir de amor, los árabes, imagino. Algunos mueren en ataques suicidas y se acabó. Pero alguno morirá de amor, digo yo.

Se puede morir de asco. ¿Cómo es que la comida que se le ha caído al suelo al gallego del bar del metro ha vuelto a la olla como si no pasara nada?. ¿Cómo es que la comida, esa que se ha caído al suelo, no ha ido directamente a la basura?. Pues muerta de asco la camarera, en cambio no dice nada porque cobra dinero por trabajar allí. El cliente sí, nota el sabor al polvillo del suelo, y también a pescado poco fresco y decide no volver a probar el de allí nunca más, porque antes muerto.

Se muere uno también de lo ricas que están algunas comidas. Los hígados, por ejemplo, tan blanditos, con el jugo de foie por encima, o los pimientos rellenos de carne, tan dulces y suaves al tacto y tan agradecidos por el gusto. Dada la muerte del amor, que probó la comida con salmonela, el placer que antaño fuera asociado al amor por él, bien puede experimentarse en una comida. Y qué remedio cabe, si él se murió.

Cuando el amor se muere, se mueren las ilusiones. Nacen los bufetes de abogados donde se tramitan divorcios y así el mundo configura un sistema de interrelaciones diversas en el que unos influimos sobre otros y otros sobre unos.

En fin, se puede morir de hambre, pero si todo va bien, el resto de nuestros días (de todos los humanos, sería deseable) seguiremos llevándonos algo a la boca, tanto mejor si está bien preparado. Por tanto, procuremos no hacerlo.
 



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