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Cocinero en Serie (Capítulo Iv, 5ª Entrega)


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Jordi Gimeno

Los policías de élite que investigan el asesinato en el restaurante Blaco buscan la ayuda de Pol, es una llamada envenenada pues no hay ni una sola pista, sólo que dos muertos recientes tenían la misma profesión. El final del capítulo nos trae, como de costumbre, un viaje al pasado de Pere, a punto de concluir su etapa en el hotel de lujo



Se había pasado más de seis años en el hotel, seis años haciendo el mismo trabajo, seís años viendo cómo la gente prosperaba y él no; nunca se quejaba y cada vez hacía mejor la ingrata labor de limpiar lo que los demás ensuciaban.

Los ?hermanos? debían tener razón, le faltaba sangre. Por eso no se lo pensó dos veces cuando Juan, un cocinero acabado de llegar al hotel, le habló de hacer la temporada en las islas. El país empezaba, lentamente y por motivos económicos, a abrirse al exterior y eso convertía a cualquier pueblecito con playa en una mina de oro. La infraestructura era aún deficiente pero el asunto empezaba a masificarse y eso significaba mucho trabajo, muchos cambiaron la barca por el delantal mientras otros navegaban hacía una isla desconocida con la promesa de un futuro mejor.

Juan conocía a un isleño que ese año iba a abrir un hotel. Sus contactos con las autoridades locales y su fidelidad al régimen le habían permitido construir un anexo de treinta habitaciones al lado de la casa familiar. Cuando Juan hablaba de la paradisíaca isla y sus liberadas turistas, los ojos le brillaban con una fuerza que deslumbró al joven Pere y así empezó a pensar que ya era hora de cambiar de trabajo, de pensión, de vida.

El director del hotel no lo creyó cuando le dijo que se iba, se lo tuvo que repetir dos veces más y cuando paró de reír le preguntó a dónde iba; entonces empezó a decirle que se equivocaba, que lo explotarían, que trabajaría el doble por un poco de dinero más. Pero Pere no le escuchaba, su mente ya estaba en el mar. El último domingo de trabajo, antes de tirar la basura, sus dos mejores compañeros en el hotel le regalaron un reloj, ideal para los nuevos tiempos.

A Sílvia , la hermana de Pere, tampoco le gustó la idea, se pasó la tarde criticando su proyecto y acariciándose la barriga embarazada. Pere se lo soltó tres días antes de partir, en una de sus cada vez más espaciadas visitas a la casa que la hermana y su adinerado marido tenían en la parte alta de la ciudad. Pere iba poco y siempre cuando su marido no estaba, un tipo al que se le podía leer demasiado claramente lo que pensaba del inútil de su cuñado. Los dos hermanos se despidieron sin un beso.

Juan no pudo evitar una carcajada cuando lo vio llegar cargado de tres maletas enormes a la estación marítima y le dijo que sólo era para seis meses, a Pere le daba igual, en ella cargaba toda su vida. Las doce horas de barco se pasaron en un suspiro, sorprendentemente, no se mareó y Juan era el mejor compañero de viaje. La noche fría de marzo empezó a convertirse en primavera al amanecer y al fondo, tierra.

La capital de la isla le pareció preciosa, le recordó un poco el lugar de donde venía y pensó que la distancia empezaba a causar estragos en la memoria. Juan le dijo que el dueño les esperaría en el muelle, que era una antiguo compañero de colegio de su padre que se había casado con una insular. Hacía años que no lo veía pero esperaba reconocerlo. Pero en el muelle no había nadie esperándolos, nada parecido a un viejo recuerdo de niño.

Al cabo de una hora y con el muelle casi vacío, se decidieron a llamar. Pere no entró en la cabina ni pudo oír la conversación pero a través del cristal vio claramente cómo la ilusión de ese joven cocinero se evaporaba por momentos.

El dueño, a partir de ese momento, se comportó siempre como tal, le había surgido un imprevisto, les dijo que tendrían que llegar al lugar en autocar. Se necesitaban muchas horas para llegar al sur de la isla, demasiadas para no pensar que nada sería como habían soñado. Llevaban media hora cargando el equipaje por la solitaria carretera que iba del pueblo al ?Hotel del Sol? cuando apareció Josep María, el dueño, en su flamante SEAT; sin muchas alegrías los metió en el coche y les ahorró andar los últimos quinientos metros. Sin tiempo de ver nada del hotel, los condujo a una habitación trasera con una pequeña ventana y una litera gris por la falta de luz, el jefe les ordenó que se cambiaran deprisa, que ese mediodía había venido un grupo de turistas nórdicos y la cocina estaba hecha un desastre, un desastre que había organizado él solito pero que arreglarían sus nuevos empleados. Los jóvenes, diligentemente, lanzaron las maletas y, con ganas de ser cumplidores, fueron a la cocina.

Josep María no preguntó a Juan por su padre, prefirió lanzar un discurso sobre cómo se tenía que trabajar, unas normas que, viendo la suciedad que se había apoderado de la cocina, el dueño era el primero en infringir. Ellos dos serían todo el personal de cocina esa temporada de verano, Juan cocinaría las recetas de Josep María, que se tenía a sí mismo por un gran cocinero, Pere lavaría y se ocuparía de los desayunos. Los dos compañeros pasaron un verano terrible y el sueño se volvió pesadilla; afortunadamente, de vez en cuando, alguna turista endulzó las noches y las hizo más cortas.

Continuará...



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