Muchos de estos sábados en que me quedo colgada en casa, casi sin controlar de reojo dónde he dejado el traicionero móvil, me asalta como última solución a la melancolía que ya presiento se me pega para todo el fin de semana, y con botella de ginebra bajo el brazo, en esos momentos me viene el recuerdo de mi tía Pilar, y la esperanza de que la cocina, un pastel, un cake, como decía ella, pueda salvar mi existencia hasta la seguridad monótona del nuevo lunes.
Mi más lejana cronología se regía por la proximidad, la espera y la llegada de las vacaciones de Navidad, que traían a casa, cada año, la esperada y mágica figura de la tía monja, mi tía Pilar de Kochín. No me interesaba la Navidad y sus siempre repetidos ritos, no soñaba tampoco con la nueva muñeca que aparecería una mañana en el salón alrededor de los rostros expectantes de mi madre y todas mis tías; sólo marcaba esa fecha especial de mi calendario el día que veía bajar del tren, delgada y ágil, cargada de bolsas y maletas, la figura en gris de mi tía Pilar.
Aquella Navidad, la de mis nueve años, fue la última que presencié aquel parsimonioso rito. Fue el año en que tía Pilar vino, con más maletas y baúles, para quedarse. También el año en que suspendí el lenguaje y la historia, y, creo, no hubo muñeca.
Recuerdo mi sorpresa al ver su delgada figura bajo una falda a cuadros, un jersey burdeos, y aquella expresión más despreocupada que a todos nos sorprendió. Comprendí entonces esas extrañas conversaciones vigiladas de las semanas anteriores y, sobre todo, que no se ensañaran lo temido por mis suspensos.
A la vida de los mayores, de mi tímido padre, de mi madre y mis tías, les pilló demasiado por sorpresa; por eso, para mi suerte, tía Pilar entró a compartir el territorio íntimo de mi habitación, y yo su espacio de trabajo, que fue, desde el principio, bien señalado en la cocina.
De tía Pilar aprendí dos cosas muy importantes para mi desarrollo emocional, a no pisar por sus errores y a engañar la sedosa tristeza de una tarde con el ritmo lento del amasado de un cake, como quien espera en buen sitio. Mis manos entre sus manos comprendieron para siempre la justa elasticidad de la masa y la melancolía que crece en corazones demasiado libres. Esta era, quizás, su receta favorita, su receta más melancólica, trabada por el recuerdo de aquella hermana compañera de Cochín, que le enseñó la fragante dulzura del cake de especias y que, por cierto, no necesita azúcar.
Cake de frutos secos y especias 300 grms harina integral 100 grms uvas pasa 100 grms ciruelas pasa 100 grms dátiles 100 grms piñones 100 grms nueces 100 grms albaricoques secos una cucharadita canela una cucharadita clavo molido una cucharadita nuez moscaca cáscara de naranja muy finamente rallada 80 ml agua caliente 70 ml brandy
Cortamos los frutos secos y los dejamos macerar 24 hrs. en el brandy. Mezclamos la harina con las especias, la ralladura de naranja, los frutos secos con el brandy de la maceración y el agua. Le damos a la masa una forma cilíndrica, no demasiado gruesa, y la colocamos en una bandeja engrasada. Hornear una hora a 110ºc. Pacientemente lo dejamos enfriar, y lo servimos cortado en rodajas.
Buscadora de cosas ricas, ya sean desayunos, comidas o meriendas. Por los Madriles y alrededores. Y productos. Que no todo es salir, a veces cocino en casa.
Se formó en la escuela de hostelería de la Casa de Campo en Madrid del 1992 al 1995. Tras graduarse empezó su trayectoria profesional como 2º de cocina en el restaurante Paradis (1995-1997).
Cocina Hermanos Torres is accoladed with two stars by Guide Michelin, a maximum three Repsol Suns by the most important Spanish dining guide and a green Michelin star for their sustainable efforts.
Incluir en su carta recetas de nuestros mayores, revisadas con su instinto creativo, conservar los sabores y comidas de nuestra huerta y de cocinar con productos tradicionales, le ha servido para convertir a Almoradí en un referente comarcal a nivel gastr