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Los Sucesos de Rafael López-Quintano de Ballesteros


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Antonio Gázquez



Se ha dicho en multitud de ocasiones, o por lo menos en un puñado de ellas, esa frase de ?fulano ha estado en el momento y en el lugar oportuno? para indicar que lo ocurrido no le ha sucedido por azar, sino que estaba premeditado o, por lo menos, escrito en el libro de la historia colectiva o en la particular de esa que tenemos cada uno y que nos hace ir hacia una lado u otro de nuestras vida.

Pero, ¿por qué hago esta disertación filosófica?. Pues bien. Lo diré.

Porque posiblemente estuve en el lugar y en el momento oportuno para que me sucediera lo que pretendo contar, y que estoy mascullando desde hace unos meses. Lo que voy a relatar, desde hoy y durante una buena temporada, me sucedió hace unos meses atrás y no he tenido la oportunidad de contarlo, hasta que hace una semana mantuve una conversación telefónica con Mercedes Palmer y surgió el ofrecimiento, muy amable por su parte, de utilizar este portal del mundo etéreo para relatar mi experiencia que, por otro lado, cada vez que rememoro siento un escalofrío, que recorre todas mis entretelas. Y es que a un simple mortal como yo no le suceden cosas todos los días, y menos en un pueblo apartado de la dehesa extremeña.

Yo, que estoy acostumbrado a notas científicas, a conocimientos totalmente contrastados, a alumnos y a exámenes, a lecciones magistrales y a libros eruditos, todo por mi condición de profesor universitario, lo imprevisto no entra dentro de sus cálculos.

A este mismo que escribe, se le pone el vello como escarpia, cada vez que paso la mano por la piel gastada del libro que pretendo dar a conocer y que, posiblemente, ha estado dormido varios siglos. Y dicho esto, voy a relatar lo sucedido...así que me siento delante de mi ordenador y, en ese preciso momento, siento cómo mi piel se va llegando de sudor y la boca de mi estómago de un gusano de excitación.



Me sucedió un fin de semana, cuando uno no espera nada y tiene las neuronas descuidadas, sólo pensando en descansar. Porque en este mundo de trasiego, de despertares tempranos para sentarse en un despacho y engullir trabajo como un poseso, la llegada de un fin de semana es casi como un orgasmo

El último sábado de este último mes de junio fui con mi mujer al bar del pueblo a desayunar un café con churros y entre tanto leer la prensa local. Todo un descanso para la mente, siempre y cuando lo de la prensa se tome como se bebe un refresco, de lo contrario puede ser perjudicial, ya que con sólo leer lo que dicen algunos políticos es suficiente para adquirir de por vida una enfermedad mental incurable, especialmente lo de aquellos que creen que lo suyo es lo mejor y que su sangre y la de los suyos es pura y diáfana y, por ello, tienen derecho a imponer su voluntad de cualquier manera. Por lo tanto, yo me tomo lo de la prensa como el café, de un sorbo y luego...lo meo.

Pero sigamos. Estaba enfrascado en el café y en los churros cuando se me acercó Julián, un hombre de pueblo, en el mejor de los sentidos, hombre de mirada amplia y al que sólo le preocupa el tiempo y que su Carlos haya aprobado las oposiciones para la Diputación.
- Don Antonio, yo se que a usté lo de los libros viejos le gusta y siempre los anda buscado...

Mientras se acercaba a la mesa me hizo ese comentario, porque en muchas ocasiones he pululado por el pueblo preguntando si alguno de los vecinos tenía libros viejos o antiguos, pues lo de los libros es como una sana obsesión que adquirí en mi juventud.

- Sí, ¿tiene usted alguno...?
- No, es que antier hemos derrumbao la casa, ésa que los chiquillos le dicen ?la del mieo? y, debajo de una ventana había un hueco taspao y han salío unos pocos libros y unas moneas. Parecen viejos...
- ¿Quién los tiene?- le pregunté. Se me notó el interés que puse en la pregunta y hasta mi mujer me miró como diciendo...¡la fastidiamos, ya no hay otra cosa que los libros!
- Los tiene el Pajitas... ¿Lo conoce, no?
- Sí
- Pues se lo llevó, porque dice que a lo mejor pueden valer algo, y usté sabe lo interesao que es, y con aquello de que estuvo haciendo la mili en Salamanca, se cree el más curto de tós ? Julián se rió cuando terminó la frase, a él le gustaba decirle ?Pajitas el curto?.

Acabé el café y los churros con cierta precipitación. Mi mujer se molestó y me dijo que hablándome de libros perdía la cabeza, y que no eran horas de ir a casa de nadie. Eran las nueve y cuarto de la mañana. Le contesté que en el pueblo la gente se levanta temprano. Pero al final hice lo que ella me dijo. Uno tiene que tener aprendido que lo que dice su mujer es indiscutible, así la vida se le hace más llevadera.

Esperé a que diesen las doce del mediodía y, por fin, fui a casa del Pajitas, y como había pronosticado, el tal Pajitas se había levantado temprano y se había ido al campo a sacar a los perros, así que lo esperé en el bar de enfrente de su casa volviendo a tomar una caña y hojear otra vez la prensa, ahora la nacional, que al fin de cuentas es lo mismo, pero se habla de un patio más grande.

No había pasado ni media hora, cuando el Pajitas entró en el bar y, directamente, se dirigió hasta donde yo estaba sentado con cara de saber que lo estaba esperando y para qué.



- Don Antonio, usté por aquí?conque alguien le ha dicho lo de los libros...
- ¿Qué libros?- le contesté, intentando no darle importancia, aunque sabía a ciencia cierta que el Pajitas ya había hablado con el Julián y estaba en el ajo.
-No se haga el loco, que Julián se lo ha dicho, porque fue en usté en el primero que pensó cuando abrimos el hueco de la ventana.
- Y? ¿cómo son?.
- Viejos, algunos tienen las pastas de piel de oveja.
- Los puedo ver.
- Le va a costar.
- ¿Por verlos?.
- No, por tenerlos.
- ¡Hombre!, todavía no sé si me voy a quedar con ellos.
- Bueno, bueno? pero cuando los vea ya me dirá.
Entramos en su casa y en una habitación de las traseras tenía, entre trastos y los aperos de caza, una caja de madera con unos cuantos libros que, al sacarlos, mentalmente los conté, eran siete. Los observé en silencio y sentí la mirada expectante del Pajitas en mi cogote. Después, los fui cogiendo uno a uno con sumo cuidado. Había un libro de rezos mariánicos, una Agricultura general de Alonso de Herrera, un libro de Francisco de Quevedo cuyo título era ?La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas?, un libro de un tal Tirso Rhoda que se intitulaba ?El sueño de las enhorabuenas?, había otros cuyos títulos eran ilegibles, pero entre ellos estaba el que ha desencadenado toda esta historia que les cuento. Tenía las pastas de cuero de oveja algo manchadas por la humedad pero bien conservadas. Dos ataduras, también de piel, encerraban doscientas veinte y cuatro hojas manuscritas con una cuidada caligrafía, que fui abriendo con cuidado y parando mi mirada de vez en cuando en alguna frase. La portada estaba caligrafiada con lo siguiente: Vida de Rafael López-Quintano de Ballesteros, que vivió en la España de su Majestad en el año de gracia de mil setecientos ochenta y dos. Por potestad y gracia de nuestro rey rubrico y doy...una mancha de humedad había borrado las últimas letras de la portada.

Hacia las dos ya había acordado con Patricio, el Pajitas, que me quedaba con el libro de Alonso de Herrera, el de Quevedo y la vida de Rafael López-Quintano, el resto podía venderlo en la librería de viejo de la ciudad.

Cuando salí de allí no pensaba en lo que me habían costado, tampoco pretendía decirle la verdad a mi mujer, tan sólo deseaba comenzar a leer el manuscrito de Rafael. Cuando llegué a casa, la mesa estaba puesta, apenas comenté lo de los libros sólo dije que los había comprado por una cantidad, la quinta parte de la verdadera, y me llevé un pequeño rapapolvo. Pensé, mientras almorzaba, que si llego a decirle la verdad posiblemente todo el pueblo se hubiese enterado de mi adquisición.

Esa tarde no dormí siesta, me senté en mi despacho y comencé a leer y a observar cada página del manuscrito. No leía, era más bien un deleite sosegado de la lectura lo que estaba experimentando con aquellas páginas.

Eran las nueve de la noche y aún no me había levantado de mi despacho. Comí un piscolabis y volví a enfrascarme en mi lectura. Acabé de madrugada. Nunca había leído un libro tan de corrido. Terminé exhausto, como si hubiese corrido la maratón, pero para mí fue como una convulsión de sensaciones. Cuando terminé, de repente me vino a la cabeza quién debía ser el autor de la obra. No lo había leído en ninguna de las páginas. Busqué y rebusqué una y otra vez, pasando las páginas de adelante atrás y de atrás hacia delante. No lo encontré. Poco me importaba, lo importante era la obra en sí, ya tendría tiempo de indagar quién escribió tal obra, iría a consultar a la facultad de Filosofía y Letras, al departamento de Hispánicas.

Así he estado durante unos meses, dándole vueltas a la idea de cómo darlo a conocer, y como dije al principio, Mercedes me ha dado esa oportunidad.

Desde hoy, y desde aquí, pretendo dar a conocer los sucesos de Rafael López-Quintano de Ballesteros que, con su don, pudo visitar el pasado y el futuro y nos dejó, de alguna manera, una maravillosa historia de amor por el yantar, que al fin de cuentas, el hombre sólo se ha movido y se mueve ?por el yantar y por el folgar?, que el mismo Arcipreste lo escribió:
?como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenençia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra placentera?


Así que, desde este portal, pretendo dar a conocer LOS SUCESOS DE RAFAEL LÓPEZ-QUINTANO DE BALLESTEROS con el subtítulo de ?Un paseo por la historia de la alimentación?. Yo en esta obra sólo he ayudado a poner las notas aclaratorias, lo demás es del autor.



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