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El Gran Circo


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Joseba Encabo



La combinación de algunos recuerdos que asociamos con los escenarios de un circo pueden transportanos a los tiempos de nuestra infancia .
Con esos recuerdos posiblemente nos venga una imagen repleta de color y sonidos, la carpa, los elefantes, los inolvidables saltos de los acróbatas trapecistas y, por supuesto, los multitalentosos maestros payasos.
Y les contaré que, cenar en Le Cirque 2000 en New York City es, sin duda, volver a recrear esa misma sensación. Situado justo detras de la Catedral de San Patricio entre las calles 49 y 50 en Madison Avenue, este restaurante has subsistido 25 años en esta ciudad, después de dejar sus instalaciones en el Hotel Mayfair, donde originalmente estaba localizado.
Sirio Maccioni, que es el dueño, ha sabido subsistir en una ciudad como New York, donde ha abierto con sus hijos Mario, Mauro y Marco La Osteria del Circo en New York City y Las Vegas (Nevada).



Hoy les relataré la experiencia de mi cena en "el Circo". Llegamos 5 minutos antes, no encontraban la reserva, y sin mucho tacto, nos enviaron al bar en espera de que nuestra mesa estuviera disponible. Mi tristeza fue no haber sido atendidos por nadie de la familia Maccioni, y sí, de un modo casi abrupto, con uno de los gerentes.
Llegó por fin el momento de sentarse a la mesa. Empezamos con un vino blanco Pouilly-fumet que fue una gran elección: bien equilibrado, con un bouquet afrutado, simplificando su frescura con una sutil complejidad. Debo decir que es un vino que me sorprendió.
Algo de mal gusto que debo mencionar fue el hecho de tener una pantalla gigante de televisión con el US OPEN, de tenis, algo no muy propio de un lugar con un cierto nivel de elegancia.
Poco espacio entre las mesas, casi hombro con hombro, y la atmósfera de gente pretenciosa sin mucho conocimiento de la comida fue algo que sí me llamó la atención. Sí debo decir que este restaurante es de aquellos donde uno tiene que ser visto.
Sin duda alguna el tacto de los meseros no es de lo mejor, y sinceramente, en un lugar como éste uno casi por lo menos espera ser tratado casi como un rey. Después de ser apremiados a escoger los platos, cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que los entrantes no tardaron ni 13 minutos en llegar a la mesa.
Eso sí, el pan había llegado, pero ni siquiera caliente. A mi pregunta al Maître de sala acerca de si el local siempre estaba así de lleno (la realidad es que uno tiene que hacer reserva con unos 3 meses de antelación), su respuesta fue que por qué pensaba que le llaman Le Cirque simplemente por que es una casa de locos. No me pareció una respues muy correcta por parte de un profesional.
En fin, el circo había comenzado, el lugar es un lugar arquitectónicamente precioso, como neoclásico con columnas, un techo con detalles labrados, pero haciendo gala de un brusco eclectismo que admite luces de neón.



Los entrantes fueron:
- Un risotto de langosta en el que, desafortunadamente, el arroz estaba pasado y la langosta demasiado firme.
- El tartare de atún con una salsa de cebollino, presentado como un timbal, también desafortunadamente con la fibra blanca del atún sin remover.
- El gazpacho, muy decepcionante pues ni rastro del aceite de oliva o vinagre y lo peor, sin colar (consecuentemente, la cáscara de tomate seguía en la sopa).
El vino se encargaba de que el show siguiera adelante. Los platos principales llegaron a los escasos 3 minutos de habernos retirado los entrantes. Y el show iba mejorando. Debo decir que, aunque la simplicidad estaba marcada en los platos (lo cual me agrada mucho), a simple vista ya la esperanza estaba recobrada.
- Unas patitas de cerdo deshuesadas y aplastadas como barquillo bien crujientes fue una buena elección con el pujante sabor de unas finas trufas fileteadas, espinacas salteadas y un puré de papas troceadas.
- Cocinado a la perfección fue el otro plato de mero envuelto en láminas de papas, que lamentablemente, estaban grises por la parte interior debido a la oxidación de la fécula. Lo sirven bien acompañado con una salsa de vino barolo montada con un poco de mantequilla.
- De nuevo el plato de langosta dejaba que desear, pues después de estar asada, muy firme, la sirven con alcachofas. Estaba totalmente insípida.
Casi llegando al gran final para los postres, quedó la decisión de probar las destrezas de la cocina ordenando el magret de pato delicadamente preparado con un timbal de setas y col de Savoy. Y los riñones y mojellas de ternera con chalotas y endivias fueron una grata sorpresa.
- Los postres, bien preparados, dieron un buen final a la cena. El bomboloni (que son como las bombas de crema que posiblemente conocemos en los países latinos), estaba acompanado por un helado de pistachos divino.
- Los sorbetes fueron servidos en unas copas finas y altas con una base alargada de plata, que daban la sensación de un trapecio suspendido en lo alto.
- El intenso ruido, con la falta de música en el fondo, dio un estilo de sensación y sevicio como en el de una cafetería. El sevicio, aunque con un uniforme con los colores de casi un arlequín, percibí que a veces tenían esa cara de pánico como que si el circo estuviera descontrolado.



Aunque Sirio Maccioni es el maestro del ecléctico Le Cirque 2000, sus payasos llevando los pequeños cochecitos en círculos , todo indica que no van a aspirar a más de lo que ellos son.
Creo que hay que visitar Le Cirque 2000, para comer a todo correr, la experiencia de cenar bajo esa carpa es sin duda otra historia.



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