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Adelaida Más Buena Que el Pan



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Manuel Julbe
LA MESA COMO MEDIO DE UNION LA RADIO PARA SU DIFUSION



Compartimos durante algún tiempo el pan y la sal, sobre todo el pan. Fue Adelaida una niña precoz, tan precoz que a los cinco años ya andaba por los pasillos de su casa recitando el Quijote, la lista de los reyes godos y no sé cuantas cosas más. Toda la familia estaba orgullosa de la niña, pero quien se ocupó de ella fue su tío Selenio, hombre culto, conocedor con detenimiento de los clásicos griegos y latinos y director de una academia. El hombre la guió en sus lecturas, le dio clases de lenguas muertas y consiguió convertirla en una virtuosa del piano.
Con todo este bagaje no tardó la muchacha en licenciarse en Etnología y Antropología, en Filosofía y en Ciencias Políticas, especialidad ésta con la que cautivó a uno de los líderes políticos de la transición española que llegó a proponerla como ministra de Asuntos Exteriores de su flamante gobierno. Punto éste que nunca quiso confesarme Adelaida muy a pesar de mis insistencias. Algo más que un rifirrafe debió suceder entre la muchacha y el hombre público para que ella lo dejara todo y se dedicase al pan.
Malas lenguas afirman que el político... Bueno, bueno, dejemos eso y a lo nuestro. Sí, sí, no se extrañen ustedes, ya que Adelaida gustaba del pan más que de otra cosa. Con sus conocimientos científicos y partiendo de la idea que el pan era la máxima expresión de la civilización, la mujer se dedicó a catalogar los diferentes panes de España y sobre todo a elaborarlos.
Durante nuestra pequeña convivencia me convertí en cobaya de las masas que Adelaida horneaba en una pequeña tahona que hizo construir en el garaje de su chalé. La panadera me atiborraba de pan de Calamocha, que en Cariñena llaman tercero y de retorcido, de Pamplona; me atiborré de la vasca borona y de mollafas de Jaén; engullí, no sin algún reparo, enormes cantidades del cordobés pan de cantos y del carnavalesco pan de papas canario. A mí los que más me alegraban el cuerpo eran los asturianos bollos preñaos y la rapa, por lo menos tenían chorizo y tocino en sus entrañas. Les juro que me costó dejarla; enterado que al día siguiente tocaban lechuguinos de Valladolid y pan de campo de Mallorca, y que no sólo de pan vive el hombre, con nocturnidad y alevosía me fui a comprar tabaco y hasta hoy. Lástima, porque Adelaida estaba más buena que el pan. Pero todo tiene un límite, ¿ no creen ustedes?


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