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Recuerdos de una Cocina



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Comer bien tiene muchos significados dependiendo de la persona a la que se lo preguntes o a veces hasta de la circunstancia. Pues si tomamos en cuenta que para unos comer bien depende de la cantidad que te dan sin anteponer la calidad de la misma; pero en realidad debería estar siempre primero la calidad y no porque el lugar donde estemos sea caro y muy bien decorado, que esto al final no te asegura nada. Lo que debería estar claro es que comer bien debería ser la buena elaboración de la comida, con ese esmero y dedicación que tenían nuestras abuelas.

En mi país, Costa Rica, como en muchos otros se escucha la frase ?nadie lo prepara mejor que mi abuela y eso que madre cocina bien?. Bueno, y alguno que otro que dirá que el padre que día a día se sueltan a la pasión por las cazuelas y fogones.

Foto: Luis Diego Ramos

Yo, en lo personal, de mejor cuchara no recuerdo una igual que la de mi bisabuela, que tuve la dicha de poder conocer, que le encantaba estar entre las ollas, sartenes y todo tipo de artefacto que le ayudase a mejorar su cocina. Tenía una casa grande de madera muy pintoresca en un lugar llamado Aguasarcas de San Carlos, que dicho sea de paso es un pueblo ubicado en la parte norte de Costa Rica que por un lado tiene montañas con árboles grandes y frondosos, por el otro una llanura inmensa llena de siembras y bañada por ríos caudalosos que dan a esta zona su característica de húmeda y verde todo el año con ese olor fresco lleno de vida que siempre te invita a volver.

Por ahí recuerdo a mi bisabuela desde buena mañana cocinando en su cocina de hierro fundido negro y que su calor emanaba de la leña que se le pasaba poniendo durante todo el día ya que en este tiempo era lo normal como existen aún muchos lugares de comida típica que en general el cuadro de esta zona aún se mantiene por muchos lados. Las casas de madera llenas de matas en la parte de afuera sembradas por donde mejor se encuentre algo para ponerlas, gallinas merodeando la casa que con suerte pasarían un día más sin caer a la olla. Claro está si eran ponedoras buenas de huevos estarían libres de correr esta suerte. El césped de color verde con árboles frutales entre otros por ahí de gran tamaño que te invitaban a darte una siesta por las tardes.

Foto: Luis Diego Ramos

En fin, sentarse en esta cocina de mi bisabuela era toda una combinación de olores que te invitan a quedarte ahí sentado por largo rato, sopa de gallina, algún potajito de frijoles blancos (alubias) con cerdo, arroz blanco para acompañar, pan dulce y de postre podía ser arroz con leche pero lo que más atraía de todo esto no era la cantidad de delicias que elaboraba al día, sino la calidad y esmero con que la preparaba, como esa sopa de gallina iba cocinando las verduras a fuego lento y la gallina iba dejando su sabor en el caldo, el potaje que se espesaba poco a poco producto de su propia reducción dando cada vez más sabor el cerdo, los pimientos rojos, hierbas y la cebolla.

Pero lo que más merecía la pena no era la cantidad de comida que servía, que la verdad era mucha, sino el amor, esmero, paciencia y dedicación que tenía por hacerla que cuando uno encuentra algo así en la vida es cuando realmente podemos llamar calidad de comida, cuando entre fogones hay amor por hacer las cosas bien y que al comer nos deje transportarnos a esos momentos de nuestras vidas que nos han hecho felices alguna vez.



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Albert Adrià

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