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Cocinero en Serie. Capítulo Ii (5ª Entrega)


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Jordi Gimeno

Marc no tiene ni idea de que alguien le sigue, una sombra que sabe dónde vive y que observa atenta cómo cena con sus padres. Pere se ve cada vez más fuerte y seguro de llevar a cabo sus sangrientos planes, el único problema es aparentar normalidad ante su compañera de pensión, su única amiga Marina. Es viernes y dejamos a Marc ante un examen práctico de cocina.



De pronto Marc se quedó en blanco y las piernas empezaron a temblarle, con la voz quebrada trató de explicar lo que iba a hacer.

Pasó media hora hablando y cocinando la sopa de pescado más difícil del mundo y a pesar de los espectaculares lagrimones que se le escaparon mientras picaba la cebolla brunoise, la cosa no fue mal del todo. El allioli no se cortó y el profesor de la mirada severa no hizo ningún comentario, ni bueno ni malo, y eso para Marc ya fue todo un éxito. Después de ese mal rato se había ganado una buena fiesta.

Pere se perdió la exhibición de Marc, un guardia de seguridad que soñaba en ser policía le dijo que ese pasillo era solo para profesores y alumnos. Se largó con la cabeza gacha y lo esperó pacientemente al lado de la Vespino. Apareció al cabo de una hora, como una flecha subió a la moto i salió zumbando a todo gas. Antes de que se pusiera el casco, Pere advirtió en su rostro una expresión de libertad, tanta lucha contra la dictadura y la libertad se reducía ahora al simple hecho de empezar el fin de semana.

Tanta lucha, la de los otros porque Pere en esa época pasaba de política, para caer en otra dictadura, la del consumo en tiempos de ocio. Pere se alejó de la escuela de hostelería y se dirigió hacia el metro, tenia que volver a casa, había olvidado algo.

La pequeña puntilla mantenía sus cinco centímetros de filo perfectamente afilados, Pere la cogió del cajón de los recuerdos y se la puso en el bolsillo, a lo mejor le hacía falta. Cargado de adrenalina e ilusión salió a la calle y entró en el primer bus que se cruzó en su camino. Eran casi las cuatro de la tarde y el tráfico empezaba a volverse colapso, se apeó cuando le pareció que estaba lo suficiente lejos de su casa. Se había prometido no volver a subir a una moto pero Marc le obligaba a romper ese juramento.

Entre la acera y un coche vio a un motorista anónimo que esperaba a que el semáforo cambiara de color, Pere se le acercó sujetando fuertemente el cuchillo que llevaba escondido en la gabardina y sin mediar palabra hundió la puntilla en la pierna del motorista. El grito quedó ahogado por el casco integral y nadie se recató del empujón del viejo. Amenazó al conductor con el pequeño cuchillo y este, entre el dolor y el espanto, comprendió a la primera que es lo que quería ese loco.

Derrotado, le dio el casco y la moto, el conductor del coche que estaba al lado vio algo raro pero pensó que era una asunto de drogas y mejor no meterse, mejor dar gas.

El recuerdo del accidente volvió a la memoria de Pere nada más sentarse en la moto, trató de pensar en lo que se ahorraba de alquiler y huyó veloz de la escena del robo con violencia, daños y amenazas. Puso rumbo a la casa de Marc, aunque este no decidió salir de casa hasta las siete de la tarde. Iba recién duchado, con una ropa radical pero bien planchada. Subió a la moto y Pere le siguió discreta y prudentemente. Ambos se dirigieron al centro de la ciudad y en un inmenso multicine se pararon. Allí los tres compañeros de clase esperaban a Marc, Pere los reconoció al instante.

Tres hileras separaban a los chicos de esa vieja sombra a la que no prestaron nada de atención, solo tenían ojos para la protagonista del film, los pechos de la cual no tardaron mucho en ser descubiertos. Pere a pesar de que la película era bastante mala, les agradeció en silencio que optaran por un viernes tranquilo, pero se equivocaba. Cuando salieron del cine ya había anochecido y la cara de los muchachos empezaron a cambiar.

Durante tres horas recorrieron todos los bares de la parte vieja de la ciudad, tabernas donde miles de adolescentes se emborrachaban hasta perder el sentido, a pesar de eso parecía que se divertían. La panda de Marc aún se controlaba un poco, o eran más maduros o simplemente esperaban a que llegase lo mejor?

En el último bar, una cueva sucia y oscura que combinaba tapas y copas, la media de edad ya había subido pero los empujones y el humo también, Pere empezó a sentirse mal. La pandilla se mantenía compacta, charlaban algo y bebían mucho pero aún se les veía tranquilos. Al cabo de un rato salieron a la superficie y cogieron la avenida en dirección a las motos. Pere observaba su caminar y sus intentos fallidos de ir en línea recta.

Empezaron entonces lo que para los jóvenes debía ser la noche de verdad, una loca carrera por todas las discotecas de la ciudad. Pere entró en la primera haciendo caso omiso de las advertencias del portero, un tipo con forma de armario que le aseguró que no le gustaría ni el local ni la gente que lo llenaba. El forzudo fanfarrón se quedó corto, el volumen de la música, si es que lo era, impedía cualquier conversación pero a nadie parecía importarle, todos iban medio colocados y solo se preocupaban de abarrotar barras y lavabos. Pere empezó a sentirse amenazado por toda esa fauna que nunca había visto a la luz del día y como si temiese ser atacado en cualquier momento, apretó con fuerza el cuchillo que, aún manchado de sangre, llevaba en el bolsillo. Realmente entre cabellos de colores, pendientes en la nariz y algún que otro travestido, Marc y sus amigos eran los que más se aproximaban a la normalidad, pero sus caras desencajadas denunciaban el efecto de algunas drogas. Pere decidió esperarlos fuera, tardaron dos horas en salir.

Siguieron un par de locales más, todos muy céntricos, sitios por los que Pere había pasado un montón de veces sin tener la más remota idea de lo que se escondía cuando llegaba la noche. El cazador los esperaba fuera y cada vez se sentía más sucio y cansado. A eso de las diez de la mañana y viendo que llevaban mucho rato hablando alrededor de las motos, Pere se acercó hasta donde nunca hubiera imaginado. Todos tenían los ojos fuera de órbita, mirando un mundo que hacía invisible al viejo que llevaba horas siguiendoles. Pere oyó perfectamente como decidían que ya era hora de volver a casa.

Lástima que la casa en cuestión fuese en un pueblo a diez kilómetros de la ciudad, lástima que su conducción fuese más temeraria a cada curva?



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