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Francesc Rabal



No suelo ser invitado a demasiadas bodas, bautizos y comuniones, no sé si por mi condición de ateo anticlerical o bien por el malhumor que me produce ingerir tal cantidad de basura convertida en menús de estos magnos acontecimientos (hablaré de los eventos de la clase media, puesto que mi paladar de aristócrata ¡¡¡¡es broma!!!- no se corresponde con mi clase social).

En los últimos dos años he sido invitado a una decena de bodas entre familiares (de esos que nunca ves), amigos y compañeros de trabajo. De esta decena de bodas sólo en un par de ellas he podido degustar platos que tuvieran un mínimo de decencia y respeto por la comida. Hablaré de la última a la que asistí, donde además de buenos productos y elaboraciones en los platos, el servicio era perfecto y los intermedios entre platos bastante rápidos.

El primer acierto fue la hora del banquete (omito los detalles de la ceremonia) puesto que se hizo pasadas las 22:30 en una noche calurosa y por tanto el ambiente era muy mediterráneo y agradable. La recepción de la boda fue con las típicas bebidas de aperitivo (cerveza, vinos jóvenes...) acompañadas de jamón serrano y almendras de la comarca (La Marina Alta), sin ningún exceso que saciara el hambre de los allí presentes sino todo lo contrario, lo justo para abrir el apetito.

El banquete no duro más de hora y media y empezó con una ensalada de langostinos con verduritas hervidas (un poco soso pero muy refrescante y ligero), de segundo un rodaballo con salsa (menos mal que no inundaron el pobre pez con litros de líquido viscoso, ¿os acordáis de la moda de la salsa verde en los 80?), y terminó con una pierna de cordero asada al punto, muy sabrosa y tierna. Tres platos sin demasiados adornos ni guarniciones gratuitas que tenían como base fundamental la calidad de la materias primas y el gran acierto en los caldos optando por un blanco Marina Alta y un Somontano. Con el postre, tulipa de hojaldre con helado de queso fresco (en mi opinión demasiado sabor a manteca), sirvieron un cava aceptable y en su justo punto de temperatura.

No es que quiera poner esta boda como paradigma de la boda perfecta, simplemente creo que siempre que se hace una celebración en torno a una mesa hay que pensar en algunas variables que tradicionalmente no se habían tenido en cuenta (buen ritmo a la hora de servir los platos, buenos productos, uso de las salsas y condimentos en su justa medida, sinceridad con los invitados, etc.).

Espero que con este artículo el nivel de invitaciones a bodas, bautizos y comuniones disminuya sustancialmente, y así poder destinar el dinero que supone asistir a estas reuniones a otro tipo de placeres más elaborados.



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