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El Viejo Vino Olimpico


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo



Madrid, 2 oct (EFE).- Ya han terminado, con menos gloria de la pregonada a priori para el deporte español, los últimos Juegos del milenio, los de la XVII Olimpiada, los de Sydney, en los que seguro que uno de los países triunfadores, aunque casi nadie lo haya sabido, ha sido... Irán.

No es que los deportistas iraníes hayan obtenido una gran cosecha de medallas; creo que han sido tres, dos de oro y una de bronce. Lo que ocurre es que una de las glorias de Sydney o, más exactamente, de Nueva Gales del Sur, procede nada menos que de Persia.

No se sabe que haya habido relaciones entre el Imperio Persa y los aborígenes australianos. Pero en Nueva Gales del Sur se elaboran unos vinos más que buenos, que seguramente habrán hecho más llevaderos los disgustos deportivos a periodistas y seguidores. Los tintos, de gran calidad, están elaborados en su mayoría a partir de la variedad conocida localmente como Hermitage o Shiraz.

Y Shiraz es una vieja ciudad persa, famosa desde la antigüedad por sus vinos. Ya el griego Herodoto señalaba que los persas eran muy aficionados al vino. Quizá eran los vinos de Shiraz los que ayudaban a pasar al Gran Rey, Darío III, los malos tragos que le suministraba el macedonio Alejandro. El gran viajero que fue Marco Polo se hizo eco en su obra de la calidad de esos vinos, que tal vez fueron los cantados por el gran poeta persa del vino, Omar Khayyam.

De Persia llegaron esas uvas al Valle del Ródano, llevadas, según unos, por los cruzados y, según otros, mucho antes por los legionarios romanos desde Siracusa. Y allí, en el Ródano, la uva pasó a llamarse Syrah y es hoy la responsable de vinos excelentísimos, como los propios Hermitage o los de Cote Rotie.

Pero los vinos más famosos del Ródano son, seguramente, los del Chateauneuf du Pape. A diferencia de los demás, en los que aparte de la Syrah sólo suele entrar una pequeña proporción de la variedad blanca Viognier, los Chateauneuf du Pape son el resultado de la combinación de hasta trece variedades diferentes, de las que tal vez la más importante sea, con la Syrah, la Grenache, o sea, nuestra Garnacha tinta.

Son vinos llenos de historia. A principios del siglo XIV, fue elegido Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Goth, que tomó el nombre de Clemente V y, en 1309, llevó la sede pontificia a Aviñón, dando comienzo al período conocido como cautividad babilónica. Este Clemente era muy aficionado a los vinos de su archidiócesis, en la cual, en Pessac, todavía se elabora un cru classé que lleva el nombre de Chateau Pape Clement.

Bien, pues Clemente V, una vez en Aviñón, inició la construcción de una residencia veraniega, de un castillo nuevo (Chateau Neuf), que terminaría años después Clemente VI. Otro Papa aviñonense, Juan XXII, al que recordarán y no para bien los lectores de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, fue quien impulsó el cultivo de la vid y la elaboración de vino justamente en el... Chateauneuf du Pape.

Los vinos del Ródano y de la Provenza gozaban ya entonces de justo prestigio. Cuando Urbano V se extrañó, en una carta al poeta Petrarca, que vivió en Aviñón y allí conoció a su cantada madonna Laura, de que los cardenales no quisieran volver a Roma, el vate aretino le explicó que "los príncipes de la Iglesia estiman el vino de Provenza, y saben que los vinos de Francia son más raros en el Vaticano que el agua bendita".

Como ven, los jóvenes vinos australianos -las primeras viñas se plantaron en 1788- encierran bastantes historias. Herodoto, Darío I, Marco Polo, Omar Khayyam, los cruzados, el cisma de Aviñón, Petrarca... Si es cierta, que yo creo que lo es, la tesis expuesta por Bertrand Russell en su Teoría de los conocimientos inútiles en el sentido de que cuanto más se sabe de una cosa, más gusta ésta, los vinos del Ródano -vayamos a los originales- tienen que gustar una barbaridad.

A mí, desde luego, me gustan mucho. Son vinos con mucho color, con grados, robustos, firmes, a veces un poco duros; les viene bien una prudente aireación ya en la copa para que, en pocos minutos, se abran y desplieguen sus aromas, que van desde la violeta a la frambuesa. Vinos, además, bastante asequibles, ya que, salvo las clásicas excepciones, sus precios no están por las nubes, algo muy de agradecer en estos tiempos.

En España ya hay vinos, pocos, con Syrah; entra en los modernos -y magníficos- Prioratos y, sola, es protagonista de vinos excelentes del Marqués de Griñón. Pero es una variedad que, ya lo verán, tiene mucho que decir... además de contar bellas historias. EFE

cah/ero



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