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Como Pedro (Almodovar) por su Casa


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo



Madrid, 27 mar (EFE).- Bueno, pues ya está: ya tiene un Oscar Almodóvar, ya se ha venido el más preciado de los premios de cine a La Mancha, una tierra que, hasta ahora, me temo que por ahí fuera habría mucha gente que pensaba que era el apellido de un tal Don Quijote.

Físicamente, Pedro Almodóvar es algo así como la antítesis de Don Quijote; pero siempre ha ido por la vida con la etiqueta de manchego puesta en lugar de honor.

Puede que desde la madrugada de Los Angeles haya más gente que sepa que existe La Mancha. Ha hecho falta un Oscar, tal vez. Pero no se crean ustedes que todo el mundo, aquí, conoce La Mancha... ni, mucho menos, la cocina manchega, tanto tiempo un patito feo de la que sólo se conocía, aparte del queso, ese plato un poco de todas partes que nosotros llamamos pisto manchego, pariente de la piperrada vasca o de la ratatouille provenzal.

El Oscar para la cocina manchega lo ganó hace tiempo -tampoco mucho- un ciudadano llamado Manuel de la Osa, otro Quijote pasado de kilos que se lanzó al mundo de la alta cocina desde su pueblo, Las Pedroñeras, antes conocido como la capital mundial del ajo y hoy, además, porque allí ejerce sus saberes Manolo.

De lo que hoy se llama Castilla-La Mancha es otro cocinero ligado con Pedro Almodóvar. Es toledano, y ejerce. Sus pasiones, la cocina, los vinos -tiene una de las mejores cartas de vinos de Europa- y los caballos. Se llama Abraham García, y ha salido en alguna que otra película de Almodóvar, en pequeños papeles, siempre disfrutando.

Va bien, La Mancha. Hoy se habla de su cocina o, al menos, de la que hacen algunos manchegos. Sus vinos recuperan fuerza, prestigio, nivel... aunque algunos de los mejores vinos de Castilla-La Mancha no se acojan a ninguna de sus Denominaciones de Origen. De La Mancha viene el mejor azafrán del mundo; allí se elabora un queso grandísimo, éste sí con Denominación de Origen: el imitadísimo manchego, de leche de oveja de raza -faltaba más- manchega.

Y ahora, Pedro Almodóvar, que ha sido capaz de llevar al cine, en muchas ocasiones, cosas muy normales de la vida diaria... aunque no se corte en presentar otras que, la verdad, parecen menos normales. Ha ganado: enhorabuena. Lo malo es que ahora habrá más de una -y de mil- personas que dirán: hemos ganado un Oscar. No: lo ha ganado Pedro Almodóvar.

Que, visto lo visto, andaba por Los Angeles como por su casa. En Los Angeles hay, ahora mismo, restaurantes muy interesantes, de los que marcan, aunque parezca mentira, el momento actual de la gran cocina junto con otros no menos notables de Nueva York.

Pero no hace falta que crucen ustedes el charco para que puedan andar como Pedro por su casa. Bastará con que reproduzcan, en la suya, una magnífica receta de ese ocasional actor que es Abraham García, basada, desde luego, en la más acrisolada tradición manchega, ya que parte de un pisto perfumado con hierbabuena y que enriquece con un animalito muy agradecido al buen tratamiento culinario: el caracol.

Piquen ustedes, como primera providencia, ajo -poco- y cebollas -más-. Pongan a calentar en una sartén un vasito de aceite virgen de oliva -sería bueno usarlo de los Montes de Toledo- y sofrían en él ajo y cebollas, en la amigable y aromática compañía de un ramito de hierbabuena.

Mientras proceden, quítenles las semillas y corten en pedacitos unos cuantos pimientos verdes, que irán a hacer compañía a todo lo anterior. Tapen la sartén y dejen que se rehogue todo, a fuego suavecito.

Pelen y corten en daditos la misma cantidad de calabacines, y líguenlos íntimamente con otros tantos tomates bien rojos, desprovistos de pieles y semillas y reducidos ellos también a daditos. Incluyan esta mezcla en el contenido de la sartén, y dejen que se vaya haciendo todo, siempre tapado y a fuego dulce, hasta que esté en su punto correcto.

Añadan entonces una generosa cantidad de caracoles, a poder ser de viña, a los que previamente habrán sometido a todas las faenas a las que se somete a los caracoles para ponerlos comestibles, incluida la de extraerlos de sus conchas. Una vueltecita, tantos huevos escalfados en el pisto como raciones... y a la mesa.

La noche de los Oscar es, claro, de champaña; pero a este plato le va un buen vino; tal vez un buen blanco, quizá un tinto joven. Elíjanlo entre las etiquetas manchegas, tengan o no Denominación de Origen: hay joyas. Y, al fin y al cabo, ¿hay alguien capaz de encorsetar a Almodóvar en una Denominación de Origen? Enhorabuena de verdad, Pedro. EFE

cah/ero

|K:SOC:SOCIEDAD,CONSUMO|



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