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Vinos para Beber, Vinos para Contar


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo

Madrid, 10 may (EFE).- Hace ya algunos años, nuestro añorado compañero y amigo Manu Eléxpuru acuñó, en uno de sus artículos, una frase que hizo rápidamente fortuna: "los vinos caros, en casa; fuera de casa, el vino de la casa". Qué hubiera dicho ahora, de seguir entre nosotros, el bueno de Manu...



También hace años, en una mesa redonda sobre vinos, alguien me preguntó si de verdad existían esos vinos míticos de los que tanta gente hablaba de oídas: los Laffite, Latour, Mouton-Rostchild, Petrus, Romanée-Conti... Yo hube de contestarle que sí, que yo mismo los había visto y que incluso conocía a alguien que los había probado...
Esos vinos, y unos cuantos más, combinan calidad, prestigio... y precio. El problema es que, ahora mismo, no pocos vinos españoles se han apuntado a la copla, y han disparado sus precios, haciéndose así inasequibles para la mayoría de los aficionados. Incluso, como quería Manu, en casa.
Y es que cada vez hay mayor distancia entre los vinos para beber y los vinos para contar. Los primeros son esos vinos que aún se mueven a una escala de precios asequible, y hablamos de los que andan por las dos mil y pico pesetas en restaurante. Los segundos... Bueno, ya van siendo cada vez menos raros los vinos españoles que cuestan más de 10.000 pesetas, y son ya legión los que se mueven por encima de las 5.000. De momento nadie ha llegado a las casi 200.000 de una Romanée-Conti.
¿Qué se siente al beberse una botella de esos precios? Aceptemos, en principio, que se trata de vinos magníficos... o que, si les dejásemos crecer, lo serían. Porque ésa es otra: siguiendo la tendencia infanticida del consumidor hispano, estamos bebiendo -y jaleando- vinos a los que les falta mucha botella para alcanzar su momento óptimo. Pero su precio es el que correspondería a un vino ya perfecto: crece más de prisa el precio que el vino.
Otro día, con calma, hablaremos de los vinos que nos cuentan, en no pocas ocasiones vinos-ladrillo y casi siempre vinos-niños, algunos especialistas entusiastas de cierto gurú norteamericano que, en mi opinión, está haciendo muchísimo daño al imponer sus gustos -que a mí me parecen, al menos, dudosos- y dictar una moda que es, como todas, discutible y, esperemos, pasajera.
Son vinos que hay que contar, para que el placer que proporcionan se prolongue... y amortice la inversión. Suponga usted que, en un restaurante, su anfitrión le convida a una botella de, por ejemplo, Romanée-Conti. La fase previa es maravillosa: la ilusión de saborear tan maravilloso vino llenará ese placentero espacio de tiempo que va desde que se pide el vino hasta que se prueba. Asistirá usted encantado al ceremonial de presentación y descorche de esa botella.
Lo probará con una unción casi religiosa.
Pongámonos en lo mejor: es un gran año, y el vino está verdaderamente espléndido. Se acaba la botella... y empieza la leyenda. Usted se ha bebido una obra de arte -seguimos suponiendo que el vino era perfecto- y ahora tiene la necesidad irreprimible de contarlo. Es una forma, o, mejor, la forma, de prolongar el placer hasta el infinito... mientras, claro, siga teniendo a quién contárselo sin aburrirle.
Y ese vino se crece en la descripción posterior. Usted, desde luego, es un privilegiado: pocos mortales pueden disfrutar de esa delicia. Pero la media hora de placer directo se convierte, después, en un placer quizá más completo: recordarlo, por supuesto agigantándolo, y hacer una de las cosas más agradables posible: hablar de vino.
Puede que, en conversación con algún iniciado, sea usted capaz de reconocer que a aquella botella le faltaban un par de años; incluso, en un rapto -momentáneo- de sinceridad le confesará a alguien muy, pero que muy íntimo, que no era para tanto... Y, en su fuero interno, aceptará que hay una enorme desproporción entre el vino y su precio. Pero hará muy bien en no decírselo a nadie: se ha bebido usted un vino para contar. Pues cuéntelo, hombre. Disfrute.
Y siga buscando vinos asequibles, vinos para beber, vinos que no requieren pedir un crédito personal para pagarlos. Gócelos. Pero, por favor, cuéntelos también, si cree que se lo merecen... que, en muchos casos, será así. Se ha dicho siempre que no hay una relación directamente proporcional entre la calidad y el precio de un vino: demuéstrelo.
Porque es verdad que hay vinos que son, sobre todo, para contar; pero hay muy pocos vinos que no se merezcan un ratito de conversación. No recuerdo quién dijo una vez que beber es la vida; saber beber, una ciencia; y saber hablar de ello... un arte. Qué razón tiene, sea quien fuere.- EFE cah/fg



  1 COMENTARIO




15/03/2016  |  15:20
Me gusto su articulo, estoy deacuerdo. Yo compro vinos entre 6 y 10 euros y hay verdaderas maravillas. yo voy a apuntar el Bobal de dominio de la VEga, lo adquiero en www.vinooferta.com , no es un vino muy comun y en este sitio lo encuntro. Es magnifico y por unos 6 euros.
Tambien el Renovatium Crianza o Roble, esplendido y por precios del estilo. Ahi queda eso.
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