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Feliz Cumpleaños, Rioja


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo



Madrid, 22 may (EFE).- Este año, Rioja no para. La percha de todo lo que está pasando allí, que es mucho y bueno, es el 75 aniversario del Consejo Regulador de la Denominación de Origen. Como cualquier motivo es bueno para disfrutar de un Rioja, éste vale tanto como cualquier otro.

Un cumpleaños que todos celebran con catas importantísimas; si hace unos días se celebró la llamada Cata del Siglo -me la perdí; uno no puede estar siempre donde quisiera estar-, la semana pasada, con el sugestivo título de Grandes de la Rioja, hubo ocasión de hacer un recorrido casi exhaustivo por los, en efecto, grandísimos vinos de esta región privilegiada. Y se anuncian más...

Cualquier pretexto, como decíamos, es bueno para saborear un Rioja; no diré "un buen Rioja", porque no me gustan las redundancias. Y cualquier ocasión es excelente para hablar de él; recuerden que a un gran vino primero se le escucha caer en la copa; luego se le mira bien; después se investigan y disfrutan sus aromas, a continuación se prueba... y, finalmente, se habla de él. Sin eso, sin hablar del vino, el placer se queda cojo.

Hablemos, pues, del Rioja. Lo primero que hay que decir es que, en lo que a calidad se refiere, está viviendo una espléndida Edad de Oro. Una más. Es cierto que no se han repetido -de momento- cosechas como las de 1994 o 1995, calificadas de excelentes; pero estos días nos hemos echado al coleto unos 96 y unos 97 impresionantes.

Hoy hay Riojas que, para entendernos, llamaremos clásicos; los hay que pueden tildarse de modernos, y ya hay quien habla -y por qué no- de Riojas de vanguardia. Las tres categorías tienen su público.

Los primeros, he de reconocerlo, son los que menos gracia me hacen hoy por hoy. De color más claro -capa abierta-, con no demasiada potencia en la boca y con mucha, muchísima madera en la nariz, tienen, no obstante, muchos partidarios, que además suelen ser incondicionales. Son... los Riojas de antes, que, seamos justos, tantas satisfacciones nos dieron en su día. Pero los vinos, y los gustos, evolucionan.

Rioja no podía superar el reto de otras grandes D.O. si se aferraba a esos vinos de larguísima crianza en roble. De modo que tuvo que reaccionar, y lo hizo bien. Son los Riojas que hoy llamamos modernos... aunque, hace muchos años, eran los clásicos. Vinos de capa más cubierta, con rojos rubí-cereza muy cerrados; con más alcohol, con una estructura tánica excelente, que nos da esa aspereza en la lengua que tanto nos gusta a muchos; vinos en los que la madera tiene el papel justo, y que se pulen más después, en la botella, lo que hace imprescindible darles una prudente aireación, que uno prefiere se desarrolle en la copa... Vinos enormes.

Y los de vanguardia. Más cerrados aún de color, normalmente. Con taninos aún más agresivos. Con una acidez que garantiza una larga y magnífica vida. Con la madera justa -como en el caso anterior, barricas nuevas, que dejan mucha huella en menos tiempo- y unas aportaciones minerales de una elegancia suprema. Son vinos, en principio, más difíciles, pero ya verán cómo se imponen.

Y dejémoslo así. No me gusta eso de vino de alta expresión. Alta expresión... ¿de qué? ¿De polifenoles? ¿De taninos? Muchas veces, lo que tiene una expresión alta, altísima es... el precio. La uva, en Rioja, se ha disparado. Y los vinos... a la estratosfera. Y luego siempre te sale el listillo que te dice que él tiene un amigo que le manda un Rioja sensacional -"de cosechero, sin etiqueta"... a cincuenta duros la botella. Con la uva a 400 pesetas el kilo, no me salen las cuentas. Ni el vino, claro.

A mí, he de reconocerlo, los tintos del año me hacen poquita gracia. Me pasa con los vinos como con los niños; en general me resultan simpáticos, pero creo que, cuando son pequeños, tienen muy poca conversación. Otra cosa es cuando han pasado por el Bachillerato -que no sé cómo se llama ahora, y que para el vino es una prudente crianza en barrica- o la Universidad, que es el botellero. Me gustan los vinos que tienen conversación.

Y, a poder ser, elaborados con Tempranillo, esa magnífica uva nuestra, única. Ahí está la tipicidad del Rioja: en la Tempranillo. Aplaudo la recuperación de la Mazuelo, de la Graciano; me entusiasma el renacimiento de la injustamente vilipendiada Garnacha, y hasta acepto la variedad Otras, eufemismo que encubre a la omnipresente Cabernet Sauvignon.

Pero para brindar por las bodas de diamante del Consejo, levantaré mi copa con un vino del 94 o el 95, elaborado mayoritariamente con Tempranillo... y brindaré por uno de los mejores vinos de la Cristiandad: el Rioja. Mi vino.- EFE

cah/txr



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