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Ballenaburguer: ¿Alimentación Sostenible?



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Fotografía de Gary M. Stolz

( Mercedes Palmer ) Mientras la polémica que enfrenta a los países tradicionalmente cazadores de ballenas y a las organizaciones ecologistas sigue candente, podemos encontrar un local en el puerto de Shimonoseki (al sur de Tokio) en el que los clientes pueden degustar la hamburguesa de ballena.

El plato se presenta con la ?hamburguesa? de ballena a la parrilla, entre dos ?rebanadas? de arroz prensado. Como si se tratase de un McBallena (¿McWhale?) cualquiera. Eso sí, el precio medio es tres veces más caro que el de las hamburguesas convencionales.

Pero no es la hamburguesa el único modo de comer la carne de ballena...¿prefieren un hot-fish (hot-dog de ballena)? ¿o mejor un sandwich de ?chuleta? de ballena?

Precisamente en 2002 ha tenido lugar, a unos kilómetros de Shimonoseki, el encuentro de la Comisión Internacional para las Ballenas.

Y el debate sigue abierto: las empresas que se dedican a la captura y elaboración de productos derivados de las ballenas esgrimen como argumento que el consumo de carne (y derivados) de ballena está fuertemente arraigado en las costumbres de ciertas comunidades.

Por su parte, los grupos que están a favor de una reducción o desaparición de la figura de las empresas balleneras, exponen que las tradiciones que van en contra del equilibrio de las especies no son tales tradiciones, sino un lastre del pasado, especialmente si unimos consumo a globalización. Parece claro que las cantidades que, hace unos siglos, podían consumir las comunidades tradicionales no tienen nada que ver con las cantidades que las empresas balleneras son capaces de mover hoy día, ya que el mercado no se limita a un pueblo de 200 habitantes: el mercado, en este siglo XXI, es el mundo.

Más disparidades: las compañías japonesas de investigación ballenera han bajado el precio de la carne de ballena ya que los mercados en general están sufriendo unos vaivenes (más van hacia pérdidas y bajadas, que vienen hacia subidas o ganancias) más que considerables desde el pasado 11 de septiembre, y se plantea esta bajada de precios como una medida tanto para financiar sus investigaciones al fomentar la popularidad de su consumo, como para reducir costes de materias primas y no contribuir al aumento de la inflación. El objetivo es que los ingresos derivados de este mayor consumo se destinen a proteger la población de ballenas para que no desaparezcan y, de este modo, no perder la tradición de la cocina con carne de ballena.

Fotografía de Robin Hunter

Las organizaciones defensoras de la preservación de las ballenas oponen que es una curiosa medida de protección al fomentar el consumo de lo que supuestamente proteges y que también es una curiosa respuesta a otra ley de mercado no menos clásica y vigente: lo que poco abunda mucho cuesta. Es decir, la carne de ballena es un producto muy escaso...¿es lógico bajar el precio de un bien restringido? Por no hablar de la no coincidencia en la definición de las empresas: lo que para (compañías balleneras) unos son ?empresas de investigación?, para otros son ?empresas de captura? (grupos defensores de las ballenas).

Unos acusan de eco-terrorismo a las organizaciones que pretenden eliminar la pesca de ballena, de elaborar trampas para las personas como teórica defensa de los animales que dicen querer preservar. Los otros responden diciendo que no pueden contrarrestar arpones con terciopelo y que, de seguir fomentando el consumo los directivos de las empresas que se dedican a la investigación de los cetáceos tendrán, sencillamente, que buscarse un nuevo empleo al desaparecer de la tierra el objeto de su investigación.

En mayo de 2002, se publicaba en el New York Times una carta abierta y firmada por 21 científicos que ponían en tela de juicio los métodos y objetivos de las sociedades de investigación de las ballenas. Otro grupo de científicos, pero esta vez del Institute of Cetacean Research (ICR) de Japón, no tardó en enviar su respuesta considerando que ?sólo uno de los 21 científicos que firmaba la carta aparecida en el NY Times podría, remotamente, ser considerado como científico especializado en el tema de las ballenas (...) ¿podría un grupo de oculistas criticar el trabajo de un grupo de especialistas en el aparato digestivo??. La carta de respuesta continuaba explicando que el destino de los fondos recaudados a través de los proyectos que el ICR lleva a cabo se destinan, precisamente, a la preservación de estos cetáceos.

La incógnita planea sobre nuestros mares y tierras (sabemos que el equilibrio general entre cielos, mares y tierras depende del equilibrio particular entre cada una de estas partes): ¿tiene futuro la defensa de los animales fuera de los circuitos comerciales? ¿no son, precisamente las empresas las que promueven los criaderos y granjas de animales que parecían a punto de desaparición? ¿podríamos comer, como si tal cosa, un estofado de delfín sabiendo que los estudios parecen indicar que su inteligencia raya lo antes jamás imaginado?

Dependiendo de la respuesta que los hombres demos a estas preguntas podremos seguir, o no, disfrutando de la vida (la nuestra y la ajena).


INFORMACIÓN DE INTERÉS:




Institute of Cetacean Research



Whale and Dolphin Conservation Society



Imagen:

U.S. Fish & Wildlife service

 



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