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Viaje por Croacia



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Durante la segunda quincena del mes de julio de este año, realicé una visita turística a Croacia, Hrvastska en la lengua croata, bastante complicada para el viajero español, ya que por sus raíces eslavas, no se encuentra ni escrito ni hablado prácticamente ninguna referencia que ayude al turista de raíces latinas. Sin embargo, el desarrollo turístico que ha ido alcanzando, ha hecho que los croatas utilicen bien el inglés o el alemán y para el viajero español, el italiano intentando amablemente ayudarnos o explicarnos algún detalle que necesitemos.

En 1988 había visitado Zagreb, con motivo de participar en un congreso científico y sentía curiosidad por compararlo con la situación actual. En este caso, mi viaje tuvo como objeto conocer la costa dálmata. Al llegar a la frontera italiana, por la zona de Trieste, el primer paso fronterizo nos introduce en Eslovenia, otra de las repúblicas surgidas después de la división de la antigua Yugoslavia, por donde deberemos transitar unos sesenta kilómetros hasta llegar a la frontera con Croacia. Durante este primer recorrido, pudimos observar, cómo en los restaurantes de los pueblos que íbamos atravesando estaban asando lechones, al fuego de las brasas. A nuestro regreso, tuvimos ocasión de parar y probar la porqueta, porciones asadas del citado lechón que te vendían a pie de carretera. Cuando veíamos cómo se iban asando a fuego lento y dando vueltas durante horas, me vino la imagen de los cochinillos asados de Segovia, aunque con otro tratamiento culinario.

Una vez pasada la frontera a Croacia, sin grandes problemas, la primera población importante a las que nos dirigimos era Rijeka, situada en la costa, en el centro del golfo Kvarner, en el Mar Adriático, desde la carretera en lo alto y la ciudad abajo, adelantaba cual iba a ser el paisaje general de la costa croata.

En nuestro viaje de ida, decidimos ir por la autopista, ésta va por el interior. Adelantaremos que el paisaje de la costa croata o costa dálmata es un paisaje recortado en el que vemos toda una serie de cadenas de montañas, y cuya altura puede alcanzar hasta los 1.500 metros y que va bajando hasta la costa donde se suceden las calas, ensenadas y pequeñas bahías ocupadas por playas y con la visión de innumerables islas, islotes y pequeños archipiélagos cercanos a la costa, unos habitados y otros no.

Volviendo al camino que recorre la autopista, se ve en este caso, al ir por el interior, todo un paisaje de montes y colinas, siempre verde en toda su extensión, con retazos de monte bajo, carrasca, rebollo y en las partes más bajas algún lago. Hay que añadir que en Croacia existe una serie de parques nacionales que, al haber preservado muchas zonas verdes, han servido también como reclamo turístico. La autopista de peaje, bastante nueva, presenta tramos en construcción, sobre todo el desdoblamiento de los túneles que nos vamos encontrando.

Split

Nos dirigimos a Split (a unos 300 kilómetros de Rijeka-por la autopista-) una de las principales ciudades de la costa croata, cuyo casco histórico se encuentra en una pequeña península dominada por el llamado Palacio de Diocleciano, construcción de origen romano, que con el paso del tiempo se fue dividiendo en una pequeña ciudad amurallada y que en la actualidad conserva restos del antiguo palacio. En esta zona convertida en el casco histórico de la ciudad, se han ido desarrollando todo tipo de comercios pensados para el turista, además de bares, restaurantes y cafeterías.
Si en nuestro viaje del 87 una de las cosas que descubrimos fue la calidad de sus cervezas (pivo), en este otro y con unas temperaturas de treinta grados, volvimos a recordar las botellas de medio litro de cerveza, elaboradas con excelentes lúpulos y buen agua y que seguían siendo estupendas, marcas como O?ujsko (pronúnciese ozusko), Karlovačko (karlovaschko) o La?ko(laschko) todas rubias, hicieron nuestras delicias y apagaron nuestra sed. Junto a estas cervezas, también se encontraban algunas otras, alemanas y holandesas y en formatos de lata y más pequeños, como podemos ver en España. En muchos bares, estas cervezas se podían encontrar en armarios refrigerantes, al alcance de cualquier sediento cliente. También, muchas de ellas, podían encontrarse en formato de barril.

Pudimos observar, al igual que en otras poblaciones, los mercados ambulantes que se instalaban extra muros del Palacio de Diocleciano y cerca de otros mercadillos de distintos productos, casi todos turísticos. Allí los vendedores de frutas, verduras, hortalizas y hierbas medicinales voceaban su mercancía e intentaban venderte sus productos. Lo que sí nos llamó la atención es que el olor y el sabor de la fruta, eran a fruta, es decir recordamos cuando en nuestro país ocurría esto, el melocotón, la ciruela, albaricoque sabían a ellos mismos. Además la mayor parte de las frutas estaban llenas de abejas que, aunque a primera vista chocaba, me hizo pensar en que la fruta no estaba tratada con productos químicos.

Palacio del Gobernador

Dejando atrás a Split nos dirigimos al sur, hacia Dubrovnik, por la carretera de la costa, ya que la autopista hasta allí, estaba todavía en construcción. Los doscientos kilómetros que nos separaban era un paisaje ondulante, en el que el paisaje, como hemos comentado antes estaba todo el tiempo formado por las cadenas montañosas que descendían de forma bastante vertical hasta llegar a la costa donde se encontraban, de cuando en cuando las playas, en las que se apilaban y apiñaban los innumerables bañistas. De cuando, en cuando aparecían, islas e isletas unas habitadas otras no. Lo cierto es que el paisaje, daba la sensación de ser más un inmenso y continuado lago. El paisaje recortado sobre el Mar Adriático, en el que apenas se observaban olas y movimiento, producía esta sensación visual, a lo largo de nuestro sinuoso recorrido. Cerca de nuestro objetivo, de repente nos topamos con una frontera con la que no contábamos, durante unos cinco kilómetros pasamos a territorio de Bosnia-Hercegovina, ya que recordamos que después de la última guerra de los noventa, Bosnia consiguió esta pequeña salida al mar a costa de Croacia. Nuevamente en territorio croata, paramos en una konoba o restaurante de carretera, donde se puede degustar la comida del país, regentado por una familia. A pesar del calor, la dueña se empeñó en que probásemos la manistra o menestra, sopa de verduras y legumbres, bastante jugosa, se parece al minestrone italiano. De segundo probamos una excelente parrillada mixta compuesta por una pieza de ternera y otra de cerdo, asados a la parrilla, acompañados con unas albóndigas hechas con carne picada, cebolla y tomillo, además llevaba patatas fritas y una ensalada hecha con tomate, cebolla, lechuga y pimiento, regado con un buen aceite de oliva croata, que nos ofrecerían más tarde, en varios puestos de la carretera. De postre unas excelentes y dulces uvas, nos sirvieron para reponer fuerzas y seguir nuestro itinerario.

Después de comer y cerca de Dubrovnik, en los escasos kilómetros que la carretera se permite varias rectas, aparecían estratégicamente situados los vendedores de fruta, entre la que llamaban la atención unas enormes sandías, regadas continuamente con agua fresca, melocotones, tomates, uvas, ciruelas, todos ellos de aspecto olor y color apetitoso, además de la visita continua de las abejas degustadoras de la fruta expuesta. En algunos de los puestos, exhibían licores de frutas hechos sobre todo con ciruela, con pera y naranjas maceradas en orujo, que me recordó a los que preparo en León con las cerezas del Bierzo sumergidas igualmente en orujo. Los aguardientes de ciruela se los conoce por el nombre de ?lijvovica (Eslivovica) y los hechos con ciruela se les conoce por maraskino. Después de tres horas de conducción, la perla de la costa dálmata, Dubrovnik y su antigua ciudadela amurallada frente al mar, surgió ante nosotros, majestuosa, callada y con su digno porte de siglos, con la pequeña isla de Lokrum mirándose frente a frente. La carretera, que unos kilómetros antes ha ido ascendiendo, deja ver al fondo y al nivel del mar una ciudad antigua, bien conservada y rodeada por toda la expansión urbanística de la nueva ciudad, dispuesta a ser visitada, conocida y absorbida por el viajero que acaba de llegar hasta ella.

La antigua ciudad de Ragusa, emporio comercial y político bajo la órbita italiana, es hoy en día, en su casco histórico, una pequeña ciudad amurallada y bien conservada. Para acceder al casco histórico uno de los autobuses urbanos deja en una parada, desde donde, y siempre bajando, se puede llegar con relativa comodidad, sobre todo, si nos tomamos las cuestas con tranquilidad, hasta una de las puertas de entrada. Si no, hay otro servicio de autobuses que deja ante la puerta de Pilé, una de las entradas al recinto fortificado, donde todavía se reconoce el foso, hoy convertido en jardín y desde donde se puede observar mejor la factura casi perfecta de las murallas. Pasando por el puente levadizo, del que se conserva el mecanismo de subida y bajada, se accede a la ciudad, organizada en calles perfectamente reticulares en las que aparecen en su calle principal Stradun, multitud de comercios, modernos y dispuestos para el turista en donde poder encontrar todo tipo de objetos en madera, cristal, camisetas, postales, etc.; que sirvan de recuerdo y paso por la ciudad. Entre ellos se venden unas estatuillas de distintos tamaños que representan a San Blas, el patrón, con la ciudad en las manos como símbolo de protección. En la catedral, de estilo barroco, se conserva un brazo del santo desde el siglo XIII.

Nos contaron que el origen de la ciudad tuvo que ver con Ricardo Corazón de León, quien camino de las cruzadas, estuvo a punto de ahogarse frente a la ciudad, pudiendo desembarcar en la pequeña isla de Lokrum, en donde quiso en agradecimiento levantar una capilla. Como no pudo ser, por estar ya ocupada por un monasterio benedictino, se levantó una iglesia en la ciudad que al correr del tiempo se convertiría en la catedral de Dubrovnik. Desde sus murallas, cuyo paseo de ronda puede perfectamente realizarse, se puede ver, observar y admirar el conjunto de la ciudad, sus calles bien trazadas, sus torres defensivas, entre ellas la llamada torre Minceta, del siglo XVI, el puerto y el mar y por detrás las montañas que se elevan como pared de fondo.

El antiguo ayuntamiento ha sido aprovechado en su parte baja, con sorpresa por nuestra parte, para habilitar un moderno y exquisito café, el Gradska Kavana, donde aprovechamos para tomar uno. El café croata nos recordó bastante al de sus vecinos italianos, en cuanto a calidad, tomamos uno solo (kava espresso) y seguimos visitando la ciudad. Al lado del café-ayuntamiento, una fuente de estilo italiano, con diferentes chorros, nos sirvió para tomar un trago de la deliciosa agua, sin clorar, que podía beberse en distintas fuentes de la ciudad; lo cual era de agradecer por el intenso calor. Además como el pavimento de la ciudad está revestido todo de piedra pulida, el calor acababa impregnando el suelo y eso hacía para el turista ir buscando la sombra y el agua cada poco.

Las calles transversales estaban ocupadas mayoritariamente por tabernas, bares, cafeterías y restaurantes que ofrecían las especialidades del lugar: parrillada de pescados y mariscos. Después de escoger un discreto restaurante, pedimos la parrillada de dorada acompañada de guarnición de patatas, también la había de lubina y de besugo o de mariscos (calamares, langostinos, cigalas, mejillones). El pescado se notaba que era fresco, ya que según nos contaron las capturas en el mar Adriático cada vez son menos y se están empezando a instalar piscifactorías, como ya lo vienen haciendo sus vecinos griegos desde hace años. En nuestro regreso por la costa y en el pequeño tramo perteneciente a Bosnia, en los alrededores de Neum, pudimos ver criaderos de mejillones. De postre tomamos palacinka (palasinka), una especie de crêpe rellena de chocolate con unas cuantas avellanas molidas, no estaba mal, pero la calidad del cacao era normal. Precisamente por mi interés hacia el chocolate estuve observando cuáles habría por Croacia. En varios supermercados encontré algunas de las marcas internacionales más conocidas y del país. La que me pareció mejor fue la marca Kras, en Dubrovnik, en la calle Stradun, en un elegante local, refrigerado, se exponían las variantes, con leche, con avellanas, negro, con gran pena por mi parte no pude traerme ninguno para España por las temperaturas y los días de viaje, pero si probé el negro y era bastante aceptable.

Rijeka

De regreso, hacia el norte decidimos hacerlo por la carretera de la costa y así poder conocer mejor el litoral croata que, como ya he comentado, presenta en toda su extensión, sin variantes importantes este perfil de montaña y costa, con sus islas correspondientes. La carretera casi siempre a media altura deja ver estos interesantes paisajes, que van bordeando la costa, pueblo a pueblo (y hay muchos) en los que se ofrecía, por doquier, alquiler de habitaciones (sobe) a los turistas, varios de estos pueblos eran ya núcleos importantes de veraneo como Makarska, Omi?, Primo?ten, etc. En Omi? tuvimos ocasión de parar un rato y aprovechamos para bañarnos, como ya lo hiciéramos antes en Split y lo cierto es que, debido a la costa recortada, las playas son pequeñas y la arena es un poco gruesa. El agua es clara y limpia, sin oleaje ni apenas movimiento del agua y cubriendo muy poco, hay que andar quince o veinte metros para que te cubra. Conforme se va subiendo hacia Rijeka, el litoral va siendo más escarpado, cada vez con más roca. La sensación térmica es fresca al entrar, pero que se convierte en agradable al poco de estar dentro manteniendo una ligera sensación de frescor que agrada.

Nuestra intención era parar en ?ibenik, donde el principal monumento es la catedral de Santiago, pero como en cualquier ciudad española, en pleno verano, estaba totalmente llena de coches y más coches por cualquier parte y lugar y sin aparcamientos, lo que nos obligó después de varias infructuosas vueltas, a salir de la ciudad sin poder parar en ella. Esperemos poder volver en otra ocasión.

San Donato (Zádar)

Donde sí pudimos llegar fue a Zadar, otra importante población de la costa dálmata, que al igual que en Split la zona del casco viejo se encuentra en una península amurallada, bien conservada y en su interior posee varias iglesias dignas de visitar, como la catedral de Santa Anastasia, de origen bizantino y la cercana iglesia de San Donato también bizantina del siglo IX, cercano a estas dos iglesias, se conserva parte del foro romano de la ciudad y el resto de calles y callejas están aprovechadas, como ya viene siendo habitual para ocuparlo por todo tipo de comercios para los turistas que visitan la ciudad, además de cafés, cafetines y restaurantes varios. Enfrente de la ciudad se encuentra un archipiélago de islas donde hay desde agricultura, pesca y zonas de turismo. En una de las callejuelas de Zadar probamos la pizza, que ya veníamos observando que se vendía en las distintas poblaciones turísticas, tanto en porciones como por unidades y realmente podemos decir que su calidad era semejante a las italianas, también sus hojaldres, en forma de aperitivo resultaban bastante apetecibles.

De nuevo en Rijeka, esta ciudad la había visitado en 1987, recordaba el color gris de sus calles, con edificios de buena construcción pero sucios y arruinados. En este viaje, la ciudad había cambiado. El centro situado en la parte baja de la ciudad se había vuelto peatonal, los edificios estaban pintados y habían aparecido galerías comerciales y todo tipo de comercios, bares y cafeterías. La ciudad me daba una impresión entre un aire decadente, restos del antiguo régimen y una mezcla de cierto modernismo consumista. Había ya lugares de comida rápida, aunque no encontré los logotipos de los más conocidos. En este viaje no llegamos hasta la capital Zagreb pero, a tenor de lo visto, supongo que el cambio habrá sido espectacular. Después de haber conocido la Croacia de hace diecinueve años y la actual, se nota evidentemente que se ha volcado al capitalismo, donde se pueden encontrar todo tipo de bienes de consumo; entre otros, los innumerables y modernos coches, a los que son muy aficionados los croatas. Las áreas de servicio en las autopistas o los supermercados en las ciudades o pueblos son muy semejantes a las que conocemos en nuestro país. También habría que matizar entre el ambiente más cosmopolita y turístico de las ciudades y el de los pueblos, donde todavía se conserva un ambiente más natural.

Debido a la llegada masiva de turistas, se nota cómo por todo el litoral la gente ha espabilado y ha montado negocios relacionados con el turismo. Me recordaba bastante a la España de los sesenta y setenta, cuando también nosotros adaptamos nuestras estructuras al creciente turismo que llegaba. La moneda actual es la kuna y cotiza a siete kunas el euro. En cuanto a los precios comparativamente eran más bajos que en España, pero no tanto, ya que muchos de los precios eran similares a los que se encuentran en Italia o España, por eso pensamos que quizás puedan matar la gallina de los huevos de oro, el turismo, al incrementar los precios, aunque vimos turistas alemanes, austríacos, holandeses e italianos, también veranean bosnios, húngaros, polacos, lituanos, etc.; cuyo poder adquisitivo es menor. La dinámica de los próximos años, les marcará las pautas a seguir, sobre todo, como pretenden, si entran a formar parte de la comunidad europea y del euro.

Espero con esto haberos dado una sucinta visión de un país poco conocido en España, pero que si tenéis ocasión, es interesante visitarlo.



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