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Javier Tomeo Y la Rebelión de los Rábanos


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Manolo Gil



Se habla mucho de cocina y gastronomía. De pronto se ha descubierto que son parte importantísima de la historia de la cultura y, en definitiva, de la historia de la Humanidad. Debates, foros, programas de radio y televisión, publicaciones especializadas, todo un mundo a la mano. No entro en mercadotecnia; pero sí en cuestiones sociales, en pautas de conducta. Hablar de cocina, salpicar la conversación con términos como civet, escalivada o muselina sin saber lo que se dice, están a la orden del día. El plusmarquismo cultural se ha convertido en culinario: ir a determinados restaurantes suma puntos socialmente. Es como si superáramos de la noche a la mañana nuestros complejos de clase media y aparcáramos para siempre la cantidad, el atiborrarse, la cesta a rebosar, aquí no pasamos hambre, en pro de la calidad aunque aveces se tengan ciertas debilidades atávicas. Tampoco hay que avergonzarse, digo. Hace tres días que el bolsillo y la cultura nos ha permitido llegar foie sin abandonar ? tampoco hay por qué- las pataquetas de a cuarto. Quién diga que está libre de complejos, que se apreste a pasar por el diván del psicoanalista.



Lo mismo sucede en la cocina: todo pasa rápidamente; todo es perplejidad en la tiranía de la moda. Aún no se ha superado la nueva cocina y, en muchos casos, ni siquiera se han superado las salsas con nata, cuando ya se habla de deconstrucción ? viva mayo del 68 -, de mestizaje y de no sé cuantas cosas más. Muchas corrientes y poca autenticidad. Como en otras artes ? la cocina lo es ? pocos son los creadores y muchos los epígonos que crecen y crecen ante la demanda del mercado. Pero siempre hay un roto para un descosido; la falta de criterios se subsana con cultura.



Hay que leer. Andamos faltos de ello, tanto los que están ante los fogones como los que nos sentamos a la mesa. Abundan los recetarios de cocina regional donde la hipérbole es la madre de todas las figuras; los recetarios de afamados cocineros, estrellas del mass- media; los recetarios para los que no saben ni encender el gas; los recetarios para no cocinar; los recetarios de dietas milagrosas; los de alta cocina. De un tiempo a esta parte se ha descubierto el filón de las obras literarias que combinan erotismo y cocina; algo viejo en Francia que a nosotros nos ha llegado como una auténtica venganza de Moctezuma en forma de ridiculez del realismo mágico que han emocionado a más de un corazón sencillo ?con permiso de Flaubert- de puño prieto y gusto atrofiado. Líbranos Señor de las tonterías gastronómicas de Isabel Allende y Laura Esquivel; creo que más de uno se habrá intoxicado al hacer los pichones con pétalos de rosa tratada con DDT. Cómo agua para chocolate.



Pero que no cunda el pánico. De vez en cuando aparecen regalos literarios como el de Javier Tomeo y La rebelión de los rábanos, flamante premio Sent Soví 1998 que se ha publicado estos días. No vamos a descubrir ahora al autor de Amado Monstruo o El castillo de la carta cifrada, aunque, como suele pasar, es más conocido en Francia que en España. Os animo a la lectura de uno de los escritores más personales e interesantes del actual panorama de las letras hispanas; además, me sumo a la iniciativa aragonesa ? más quijotesca que otra cosa - para respaldar su solicitud del Nobel.



La rebelión de los rábanos es un texto peculiar, divertido, gastronómico e inmejorablemente escrito. Una delicia. El título puede recordar el clásico de George Orwell Rebelión en la granja; pero aquí no son los animales quiénes tratan de reivindicar sus derechos, sino las hortalizas que, en su afán de constituirse en república independiente, buscan afanosamente el plato que las represente y puedan sentirse ampliamente identificadas. Con una estructura próxima al memorándum o al informe de Cortes, Tomeo compone un curioso recetario donde cada verdura propone un plato y el resto hace las objeciones pertinentes. Así pasamos de la sopa minestrone, al cordero con cebollas; de la sopa japonesa de espárragos a una insólita paella. Recetas lógicas e ilógicas, manual de cocina y chiste, todo con las voces de la patata, el apio o la cebolla; pero con la mirada de los marginados rábanos que en un rincón del banco de la cocina sueñan con la venganza de los caracoles. Buena composición de personajes en un auténtico delirio de psicología hortofrutícola. Recetario, tratado gastronómico, libro de humor, metáfora política, todo a la vez es La rebelión de los rábanos; un libro que tiene un precedente en La Mojiganga de los guisados de Calderón de la Barca, donde Baco debe elegir a los principies de los guisos en una justa carnavalesca y destornillante por donde desfilan la olla y el estofado, el cigote y el carnero verde, la pepitoria y el carnero asado. Este texto lo analizaremos en otra ocasión. De momento, leed a Tomeo. Vale la pena.
Javier Tomeo. La rebelión de los rábanos. Ed. Destino, 1999



  1 COMENTARIO




15/03/2016  |  15:20
Tengo ganas de leer el libro de "La rebelión de los rábanos", porque siendo Javier Tomeo un escritor con muchisimas más trayectoria que yo, en este punto debe coincidir en algo con Ñum, algo rico se cuece, donde muchos ingredientes viven situaciones variopintas.
Un saludo cordial!
Sandra
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