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Sopa de Letras



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Pablote



Cuando uno se plantea mezclar en un mismo artículo dos sumos placeres tan diferentes entre sí como la restauración y la literatura, sabe de antemano que tiene que organizarse y pensar desde que enfoques puede sacarse más chicha a este inexcusable dúo. Yo os avanzo que finalmente me decidí por escribir sobre tres apartados diferentes. En primer lugar acerca del bautizo de algunos platos que tanto despistan a algunos y alimentan a otros, seguidamente de la crítica enológica, sus metáforas y florituras y finalmente recordando con brevedad algunos pasajes de la literatura donde el restaurante o la comida hayan sido marco de acción y degustación.



El primero de los temas es divertidísimo. Cuando pienso en él por un lado me vienen a la cabeza los nombres imposibles y megarepipis que algunos restaurantes ponen a sus platos con diversas intenciones: envolver el producto final con un halo de belleza y misterio poéticos, confundir expresamente al personal ya que ni ellos mismos saben lo que sirven, compensar la mediocridad culinaria con fabulosas promesas de placer terrenal, darle un punto de originalidad a su oferta, como reclamo y criba de selección de determinada clientela. A pesar de ser un recurso excesivo en tantas ocasiones, el verdadero problema se origina cuando las palabras se quedan en la carta y el plato en sí no es lo que nuestra imaginación nos deparaba.

Lo siguiente lo he descubierto recientemente (¡es que soy muy joven!) y me tiene fascinado. De hecho creo que he empezado a intentar beber el vino como lo describen sus máximos expertos y no vulgarmente como lo hacía antes. De momento no he ido más allá de sentir ciertos ?tonos afrutados?, cierta acidez o regustillos, pero me complace pensar que algún día llegaré a ser capaz de describir estos tragos como lo hacen los mejores catadores. Voy a traerme de mi blog algunas descripciones que me maravillaron de la última feria de vino a la que asistí:

? ?Cerrado aunque fino. Tras unas horas, notas de tabaco, tinta, chocolate, cuero.. en armonía. Trago equilibrado, sedoso y profundo?.
? ?Añada difícil resuelta con nota. Fruta poderosa en aromas a fresón con toque de lirios muy sugerente. Goloso, trabajado en tacto y largo?
? ?Realmente fragante, profundo, con bella expresión de pomelo y maracuyá bajo un lecho mineral. Fresco, con adorno graso, envolvente en gruta, amargo, de grato final?.
? ?Destaca por su delicadeza a grosella, a lirios y tiza con suave caricia del roble (vainilla-humo). Jugoso y todo placer en boca?.

Flipo. La cantidad de matices que el autor de estas descripciones ha sido capaz de descubrir y expresar me resulta envidiable. El hecho de poder leerlas, todo un misterio al que espero ir aproximándome y un gustazo para fanáticos de la descripción sensorial y la metáfora.

Y terminemos abriendo los libros o mejor dicho, la memoria de aquellas escenas narradas que han tenido lugar alrededor de un plato o una mesa. Son tantas como granos de arroz en una paella. Desde las viandas que Caperucita llevaba a su abuelita hasta La Última Cena de La Biblia, pasando por los festines aristócratas de Dorian Gray, los perritos calientes mal vendidos de Ignatius o la picaresca del Lazarillo para beber vino y comer queso. En lugar de hacer aquí una lista propia de todo este tipo de escenas, prefiero acabar el artículo pensando que el fín de su lectura os dejará pensando en vuestro propio recuerdo sobre esas escenas que de algún modo u otro se nos quedaron grabadas como los mejores platos.

Pablote
dGusto.es

La última cena, de Leonardo Da Vinci





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