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Reflexiones sobre el Desayuno


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo

Por Caius Apicius Madrid, 26 abr (EFE).- Cada dos por tres aparecen en los medios de información consejos relativos a cómo debe ser el desayuno, primera comida del día y que, según todos los expertos, la inmensa mayoría de los españoles hacemos, al parecer, muy mal, ya que nos conformamos con muy poquita cosa, a diferencia de los anglosajones, que -nos dicen- se llenan de comida a primera hora de la mañana.



Nos explican que el desayuno debe aportarnos la cuarta parte de las calorías que necesitamos cada día; que nuestros abuelos sí que desayunaban fuerte; que hay que empezar el día con energía... Es muy posible que tengan razón. Pero no toda.
Nuestros abuelos desayunaban, más o menos, como nosotros. O menos equilibradamente que nosotros. Conviene no confundir el desayuno tradicional con la hora de la primera comida fuerte del día, que nuestros ya no abuelos, sino más remotos antepasados, tomaban, sí, muy temprano... pero, entre otras cosas, porque se levantaban con el sol, cuando éste importaba más que la hora oficial. Un viejo proverbio francés atribuía la longevidad al hecho de lever á six, manger a dix / diner á six, coucher á dix... Por lo general, ese desayuno copioso les pillaba a mitad de faena. Si nos remontamos en el tiempo, veremos que el llamado almuerzo se hacía muy de mañana, casi a la hora en la que un urbanita actual hace una pausa en su trabajo para tomarse las llamadas las once. También la comida se hacía temprano, por la tarde. Y recordemos que el sol marcaba también la hora de irse a la cama.
Las costumbres fueron cambiando, y el almuerzo se fue retrasando.
De hecho, a la comida del mediodía se le sigue llamando almuerzo en algunas regiones, mientras que en otras se considera la comida por antonomasia, la que antes se hacía por la tarde... y ahora, de noche, llamamos cena. Pero esos pantagruélicos desayunos que nos cuentan que hacían nuestros ancestros no eran inmediatos al acto de levantarse y asearse: eran más tarde. Cuando había gazuza.
Los anglosajones, como es sabido, suelen cenar temprano, a horas que un español encuentra extravagantes. Desde la cena al desayuno pasa mucho más tiempo que en estas tierras. Y, además, la comida del mediodía es poco más que un tentempié. Luego, claro, viene el té, copioso en alimentos sólidos. Y después, la cena. No comen nada, los angelitos...
Por aquí tampoco andamos mal, la verdad: entre el desayuno, no tan frugal como pretenden los expertos, las ya citadas once -por cierto: lo de tomar las once viene de que la palabra aguardiente tiene once letras, no de comer a esa hora-, el almuerzo o comida del mediodía, muchas veces precedida de alguna tapita, y la cena... por ahí vamos. Eso, suponiendo que a media tarde no se nos antoje alguna cosita.
Otra cosa: nuestro desayuno -insisten- no es correcto. Leo que un desayuno debe incluir lácteos, cereales y frutas. Muy bien. Yo tomo todas esas cosas al desayunar. Un zumo de naranja natural es, no parece que nadie pueda discutirlo, fruta. Incluso una buena mermelada lo es. Un café con leche, como su propio apellido indica, contiene lácteos. Y la mantequilla -ojo, no la margarina- también sale de la leche. Por último, nadie osará discutir que el pan se hace con cereales: al menos, trigo. O sea: zumo de naranja, café con leche y unas tostaditas de pan-pan con mantequilla y mermelada... Fruta, lácteos y cereales. ¿O no? Para redondear la cosa, podemos sustituir la mantequilla de las tostadas por aceite de oliva: ya estamos en un desayuno cardiosaludable, o sea, civilizadísimo. Por si esto fuera poco, mi buen amigo el profesor Gregorio Varela, que de nutrición sabe lo que no está en los escritos -desde luego, mucho más que todos los pretendidos expertos de escritorio-, lleva años tratando de convencerme de que los tan hispánicos churros son un alimento casi perfecto... a condición de estar fritos en aceite de oliva.
Miren ustedes: nos hemos pasado media vida tratando de imitar los usos alimenticios de los anglosajones... para enterarnos de que lo saludable era lo que comíamos desde siempre los pobres, la tan cacareada dieta mediterránea. Comprenderán que uno mire con recelo los consejos dietéticos de esa procedencia, según los cuales el aceite de oliva y los pescados azules eran poco menos que veneno.
Ya, ya, veneno...
Desayunemos, pues, razonablemente: productos lo más naturales posible, desde luego. Y que incluyan lo dicho: lácteos, cereales y fruta. Pero no vayamos a buscar tan lejos lo que, desde siempre, hemos tenido -y practicado- en casa.- EFE cah/fg



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