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No Hay Nada Mejor para Acabar una Cena...


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Juan Echanove



Esta vez queridos amigos visitantes de la página web, quiero relataros una historia que me ocurrió a mí hace poco tiempo, pero que bien os podría haber ocurrido a cualquiera de vosotros.
Las giras de teatro son algo realmente agotador y estresante, el que lo probó lo sabe...... Vas de un lado a otro con la casa a cuestas, y los días pasan de hotel en hotel y de restaurante en restaurante...Y así uno conoce gente de todo tipo....gente maravillosa , gente no tan maravillosa .... y por qué no decirlo, gente de lo más horrorosita que da la huerta. De este último grupo no voy a hablaros porque para qué os voy a hacer partícipes de los marrones que me como...(y no precisamente glacés).
Lo que es realmente curioso, en el mundo de la hostelería, es comprobar que muchas de las personas que se dedican a ella tienen una vocación oculta tan grande o mayor si cabe que la que les ocupa. Recuerdo que no hace muchos meses conocí en Sant Andreu de Llaveneres (País Catalá) a un magnífico chef que albergaba en su corazón dos profundas vocaciones, la neurocirujía y la alta cocina. Yo no tengo noticia de sus resultados quirúrgicos, pero si opera la cabeza de la misma manera en que prepara sus platos, la verdad es que a mí nada me importaría que me pegase una hemiplejía en San Andreu de Llavaneres. Qué prodigioso derroche de meticulosidad al presentar veinticuatro gotitas, todas iguales, de purés de especias en rigurosa formación geométrica, perfectamente cuadriculadas, y salvaguardadas por unas rodajitas de carne de cierva, que no ciervo, cocinadas como sólo podría hacerlo un salvador de nuestros cuerpos y de nuestras mentes al cincuenta por ciento.
Me lo imagino en la cocina elaborando todo al microscopio y exigiéndose una perfección a la que no estamos llamados el resto de los mortales.
El otro caso al que me quiero referir tiene mucho más que ver con el enunciado de esta colaboración, de modo que despedimos con una ovación hipocrática a tan excelso cocinero de San Andreu, y comienzo mi relato musical de una noche más que divertida.
Estaba, como os digo, de gira por la comunidad valenciana y mis huesos fueron a dar al hotel ?Huerto Del Cura? de la señorial (y repleta de palmeras) ciudad de Elche. Cansado como estaba de tantos kilómetros, decido, junto a mis dos compañeros de viaje (Angel Murcia y Eva Fernández), buscar un restaurante modestito donde comer lo justo, para así poder practicar las delicias de una siesta de pijama y orinal. Así pues, nos lanzamos a las calles y entre millones de palmeras vamos a dar a una cafetería restaurante llamada Madeira en la que nada más entrar, David (el hijo mayor y heredero a la sazón del dueño), nos recibe con una efusividad digna de las recepciones reales del Palacio de la Zarzuela...(supongo por que en mi vida he estado en alguna de las citadas). Bien, pues he aquí que David nos presenta a su Padre, éste a su vez nos presenta a su esposa, la que a su vez nos presenta al mediano de sus hijos, cantautor de vocación. Y después de agasajarnos con una variedad de platos que en aquellos momentos nos pareció atosigante debido a nuestro cansancio, nos sugirieron que por la noche al acabar el teatro ellos nos esperarían con todo gusto hasta la hora que fuese para poder cenar algo (lo cual es muy de agradecer) , y tomar todos juntos una copita en un bar cercano al restaurante.
Nosotros acudimos (cómo no) por la noche y, después de degustar una cena exquisita a base de Foie, Jamón Ibérico, rape al ajillo, solomillitos a la plancha etc....etc...etc....,descubrimos el pastel. Y no me refiero precisamente al postre, sino al hecho de que la copita en cuestión nos la iban a ofrecer en un karaoke parejo al restaurante y propiedad de ellos mismos, en donde nos estaba esperando una nutrida selección de las fuerzas vivas ilicitanas, y en donde nos iba a deleitar su señora esposa con un repertorio de zarzuela, pasodobles y rancheras memorable....y digo bien, memorable.
Nada más entrar en el local, una señora ,madurita a la sazón, y beoda como un quinto de regulares en un permiso de fin de semana, se me lanza a los brazos y ante la recelosa mirada de su novio ( y es que no es para menos) juró que me quería, que me admiraba desde niña...(mentira ,ya que cuando ella era una niña yo no sólo no era actor, sino que no era ni siquiera yo), que mientras estuviera yo en el bar ya le podían ir dando por ahí a su novio (en este punto el recelo del novio ya se había convertido en unas clarísimas ganas de partirme los morros) y que, en prueba de mi amor, le tenía que cantar una canción a escoger de entre dos enormes carpetas de títulos del karaoke.
No me gusta lo más mínimo ligotear a altas horas de la noche y mucho menos bajo los efectos de una nube de queroseno, que no alcohol y, por supuesto, odio cantar en los karaokes. Así que decidí levantarme de la mesa y recurrir a una invitación de la camarera en la barra, lejos, bien lejos del felino de marras. La invitación consistía en unos chupitos (tres seguidos) de güisqui Chivas.


Me los tomé (grave error)
A partir de aquí la noche se me dió la vuelta. Miré en dirección al escenario desde donde un imitador de Jaime Morey me dedicaba cariñosísimamente uno de sus éxitos más perfeccionados, a duo con su hermana. Ambos cantantes, en canal, daban en báscula aproximadamente 250 kilos de peso, y con la mirada más tierna que en mi vida he visto, entonaron una ?canción culebrón? de Pimpinela impresionante. Recuerdo vagamente el estribillo que El le repetía constantemente a Ella :?Nunca te supe comprender?...a lo que Ella le respondía a El sistematicamente:?Vete? ??Date la vuelta y vete? y otras lindezas por el estilo.
!Qué ternura!
Pero le llegó la hora a la dueña del restaurante, y aquí es donde uno las dos historias, porque si un neurocirujano puede llegar por vocación a la hostelería, esta señora, que era y es toda una profesional de la mesa, le daba sopas con onda en eso de cantar a María del Monte, a Isabel Pantoja y, si ustedes me lo permiten, a la mismísima doña Concha Piquer.
?Suspiros de España ?,?Manolete?, ?Fumando Espero?, ?Mi carro? y un larguísimo etc que sólo se interrumpía por los vítores del respetable y por los comentarios de su marido, muerto de amor por ella.
La misma delicadeza con que nos obsequió en la cena la puso en las notas de ese odioso instrumento de la técnica que es el karaoke. Odioso para mí, porque para ella y para todos sus amigos era, más que una diversión, una necesidad.!
Olé por ella!.
A la mañana siguiente, bendito sea Dios, no tuve resaca. Paseé por Elche y pude comprobar que desde el hotel hasta el centro de la ciudad había ocho salas de karaoke y, según me dijeron luego en el Teatro, se llenaban todos los fines de semana con gente de todo tipo de condición y de edad.
¿Qué tendrá Elche que la acerca en el ocio tan peculiarmente a Tokio?
¿Será la Dama, serán las palmeras?....quién lo sabe.
En todo caso no hay nada mejor para acabar una cena en Elche ...que una buena sesión de karaoke.



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