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La Pasión Bullabesa Del Rey Pornógrafo



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Miguel Ángel Almodóvar
Investigador y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía

La Bullabesa, o más propiamente Bouillabaise, es la sopa típica de la región francesa de Provenza y más específicamente de la ciudad portuaria de Marsella, que guarda estrecha relación con la Caldeirada portuguesa y cuyo origen reclaman los catalanes, aduciendo que no es más que una variante de su Suquet de peix. Álvaro Cunquiero sostiene, en su docto y delicioso libro La cocina cristina de Occidente, que en su fórmula ortodoxa debe elaborarse con trece tipos de peces y mariscos distintos, desde la cabra a la maragota, pasando por el bogavante y las almejas, mucho ajo y mucho azafrán, bastante aceite, y grandes rebanadas de pan amoleciendo en la salsa. Con menos aplomo, aunque citando fuentes de toda solvencia, da por hecho que lo suyo es tomarla bajo los pinos y frente al mar azul. Lo que incomprensiblemente obvia Cunqueiro es que la norma y canon inapelables exigen servir por separado pescados y caldo, vertiendo este sobre rebanadas de pan casero, ni frito ni tostado.

 

 

La bouillabaisse, que Escoffier la llamó “Caldo de sol” y Curnonsky “Sopa de oro”, cuenta en todo el mundo con una legión de fanáticos seguidores, entre los que en su momento figuró el rey Alfonso XIII. Tan apasionado era “el Africano” de esta sopa provenzal, que a su llegada a Marsella a bordo del buque Príncipe Alfonso, tras su renuncia al trono como consecuencia de la victoria republicana en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, su gran obsesión era embaularse una cuanto antes y por lo inoportuno de la hora del desembarco hubo de removerse Roma con Santiago para darle gusto al destronado.

 

 

 

Su afición a buen condumio, casi siempre recio y castizo, fue una de las tres patas del memorial de su reinado, a las que habría que sumar su desmesurada afición al fornicio con damas de toda laya y condición, y su papel pionero en el desarrollo del cine pornográfico. Lo primero se labró en una infancia de paciente espera a la llegada de los dieciséis años para acceder al trono de manera efectiva. En el entretanto, Alfonso niño desayunaba cotidianamente cuatro huevos pasados por agua, doce bizcochos y un plato caliente a elegir entre un pollo asado, dos chuletas de cerdo, un filetón de vaca, seis chuletas de cordero, dos turnedós o dos escalopes de ternera, en todos los casos guarnecidos con abundantes raciones de patatas fritas. En cuanto a la inclinación al juntamiento con fembras placenteras, que diría el Arcipreste, fue pasando por su real pedrusco a niñeras palaciegas, cortesanas, putas y cupletistas, entre las que las de mayor fama fueron la Bella Otero y Carmen Ruiz de Moragas, que le dio dos hijos bastardos. Su tercer legado a la historia fueron tres películas entonces llamadas sicalípticas, hoy pornográficas, tituladas El confesor, Consultorio de señoras y El ministro, que realizaron por monárquico encargo y a principios de la década de los veinte, los hermanos Baños, propietarios de la productora barcelonesa Royal Films. Alfonso las veía en Palacio, acompañado de la amante de turno y a escasos metros del dormitorio de su esposa, María Cristina de Habsburgo-Lorena.

 

 

 

Vivió el exilio intentado conciliar su psicopatía sexual con su hedionda halitosis. Su dentista, Florestán Aguilar, concluyó que su fallecimiento se produjo como consecuencia de una cardiopatía infecciosa originada por un foco dentario. Quizá su afición a la sopa hirviente de la bouillabaise tuvo algo que ver. Vaya usted a saber.



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