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La Cocina de Ayer... la Cocina de Hoy


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Digamos que estamos en un restaurante, tan felices (o totalmente descuajaringados por algún problema, véase "cómo hacer en 14 horas lo que cualquier mortal sabe que me va a llevar 23") y, mientras la carta se nos presenta como un trabajo más que cumplir, o un placer a disfrutar, zas, va y pasa el camarero portando un plato cuyo olor, por unos instantes, nos deja cuasialelados (eso, bajo la perspectiva de nuestro acompañante de mesa, bajo la nuestra propia, estamos en el paraíso celestial), cuasialados en alas de ese aroma que nos devuelve a nuestra infancia.
Por tanto, lo sé, sé que sí existe ese paseo que nuestros recuerdos realizan a la mínima provocación de ese olor captado por casualidad, el olor actual reflejo de otro que, en algún momento, quedó para siempre catalogado como perteneciente al apartado sabordecasa, olorespejo de lo que éramos hace algunos tiempos y, como un resorte automático, saltan todos los accionistas de "Sabores, Imágenes & Company", pujando todos por ser los primeros en re-cobrar -por dos veces disfrutar el beneficio- en re-crear para nosotros el preciso momento en el que, por primera vez, probamos ese plato que creíamos perdido entre las manos de la abuela, la madre, el cocinero de ese hotel tan especial, nuestra tía favorita o...vaya usted a saber. Y se nos devuelve sin mermas, sin rebajas o letras pequeñas, sabor incondicional que revuelve (vuelta en estéreo) el pasado para instalarse como aroma por su casa, y nuestro acompañante no es, por unos momentos el jefe que está explicándonos su nueva estrategia, o el subordinado que comparte sobremesa, o la amiga del alma contándonos su día, porque, por unos momentos, se convierte en la cocina, comedor o sombra de pino que envolvió nuestro descubrimiento.
Y mediante ese simple ejercicio olfativo, recorremos otra vez todo el esplendor del paladar sorprendido (secuestrado nuestro sentido gustativo por unos momentos de cualquier otra actividad que no fuera la de fijar por siempre jamás en nuestros internos patios ese sabor que conmovió algún ensueño), el paladar pasmado, como si fuera un rey (o es que el paladar no es rey de muchas de nuestras emociones?)(digo yo), el sabor suspendido del hilo de un plato.
Y como el tema de los recuerdos y los cambios en cocina, da para mucho más que unas líneas y no se trata de encontrar, al otro lado de la pantalla, a un lector belladurmiente acunado por mis peroratas, seguiré en mi próxima editorial.
Digamos que estamos en un restaurante, tan felices (o totalmente descuajaringados por algún problema, véase "cómo hacer en 14 horas lo que cualquier mortal sabe que me va a llevar 23") y, mientras la carta se nos presenta como un trabajo más que cumplir, o un placer a disfrutar, zas, va y pasa el camarero portando un plato cuyo olor, por unos instantes, nos deja cuasialelados (eso, bajo la perspectiva de nuestro acompañante de mesa, bajo la nuestra propia, estamos en el paraíso celestial), cuasialados en alas de ese aroma que nos devuelve a nuestra infancia.


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