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El Vino de un Valle Encantado: O Rosal


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Caius Apicius Cristino Álvarez
en memoria de nuestro colaborador y amigo



Madrid, 24 jul (EFE).- El Rosal, O Rosal para sus habitantes, es un valle encantado, que se extiende en la ribera gallega, o sea, la derecha, del tramo final del Miño, desde Tuy hasta su desembocadura junto a La Guardia; pero O Rosal es, además, una de las subzonas en que se divide la D.O. Rías Baixas.

Los de O Rosal son vinos con mucho encanto, en los que la variedad principal, la espléndida Albariño, se ve escoltada, y muy bien escoltada, por otras variedades clásicas -a estas alturas, uno prefiere decir clásicas que autóctonas- minoritarias, como Loureira, Treixadura, Caíño... Uvas que aportan muy interesantes matices a estos generalmente magníficos vinos blancos sin crianza.

No siempre tuvieron el prestigio que alcanzan ahora. Uno recuerda que en sus años estudiantiles, en Galicia, las chicas solían pedir una copa de algo llamado Rosales, un blanco de poca graduación y con burbujas, de calidad más que dudosa, pero que se juzgaba más adecuado para una jovencita que las tazas de Ribeiro a granel que trasegábamos los mozos. Esa purrela gaseosa, como la bautizó alguien, no tiene nada que ver con los actuales vinos de O Rosal.

Hubo un hombre, enamorado del paisaje de su valle y también de su vino, que fue el pionero, el creador de lo que hoy son esos vinos: Santiago Ruiz, a quien no olvida nadie que lo haya conocido. Gran conversador, todo un señor, introdujo en la zona el concepto actual de vinificación. Sus vinos pasearon por el mundo el nombre de su valle, al que dieron prestigio.

Hoy han seguido sus pasos unos cuantos -tampoco muchos- vinicultores, y O Rosal produce vinos de gran calidad. Hace unos días celebraron la VIII Feria del Vino de O Rosal, y hubo muchas ocasiones de catar los del 99, un año un tanto problemático. La verdad es que notamos grandes diferencias de unas etiquetas a otras.

En general, nos parecieron mucho mejores los vinos en cuya composición entraban varias variedades de uva que los elaborados sólo con Albariño, que eran más cortos de nariz, menos interesantes en boca. Pero quizá la gran diferencia esté -bueno, seguro que está- en otra cosa.

En Galicia se ha hecho hasta casi ayer el vino basándose en el empirismo, en la práctica, en la tradición. No conviene confundir artesanía con mero empirismo. Hoy, hacer un vino sigue siendo un arte, quién puede dudarlo, pero es, sobre todo, una ciencia. Y sus practicantes son los enólogos. La diferencia entre los vinos que probamos en O Rosal elaborados por buenos enólogos y los hechos por elaboradores con muy buena intención, pero con menos conocimientos, era abismal. Miren ustedes, el responsable de una bodega ni siquiera supo -¿o no quiso?- enumerarme las variedades con las que había elaborado su vino. Eso... se comenta solo. O ignorancia, u ocultismo: ambas cosas son malas para todo, vino incluido.

Pero que un año, o unas determinadas etiquetas, no estén a la altura que todos desearíamos no es motivo para aguar una fiesta. Vendrán vendimias mejores, y los que no sepan tendrán dos opciones: aprender o dedicarse a otra cosa.

Porque lo que debe quedar claro es que, desde hace unos cuantos años, los vinos de O Rosal son una espléndida realidad. Vinos pálidos, en los que juegan los rayos de un sol amable; que en la nariz nos hablan de frutas -manzana verde, uva madura, pero también la sorprendente flora tropical del valle- y hasta de flores, otra de las riquezas de O Rosal; que en la boca son alegres y decidores, al mismo tiempo que elegantes y cumplidores. Grandes vinos, en suma.

Que hacen muy buenas migas con diversos productos del valle o del cercano Atlántico, especialmente de la clase de los crustáceos, o con algunos habitantes menos conocidos del Miño, como el espinoso y delicado sábalo o esa miniatura de rodaballo invertido -mira a derechas, no a izquierdas- que es la solla de río.

Dicen por allí que una de las claves del vino -y de las plantas tropicales antes aludidas- es el microclima de la zona. A uno, que oye hablar de un microclima único en cada lugar al que va, la palabrita empieza a sonarle a música celestial, porque ya no queda comarca que se conforme con tener un clima propio: todas gozan de un microclima, lo que tal vez explique por qué el pronóstico del tiempo es tan complicado.

En fin, que sus vinos justifican un viaje a O Rosal... donde, si es época -ahora mismo- podrán probar otra delicia poco conocida: los mirabeles, sabrosísima y mínima especie de ciruela que también puede tomarse conservada en almíbar. Otro de los pequeños y grandes milagros que son posibles en un valle... encantado. EFE

cah/ero



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